Aparezco por aquí de vez en cuando y probablemente os asuste. La continuidad, la regularidad y la homogeneidad hacen gala de su ausencia por aquí y yo tampoco las invito a que vengan porque no suelen caerme bien. O yo a ellas. Anyway.

martes, 11 de noviembre de 2014

De dragones salvajes y poesía podrida en sus sinalefas.

Me gustaría decir que he madurado a pesar de que sigo esperando a un dragón al que domar, pero no es así. En realidad, sigo esperando al dragón porque tengo la ilusa esperanza de que sea él el que me haga salvaje a mí.
Me gustaría decir que he madurado aunque me desoriente en el laberinto de mí misma con una facilidad asombrosa; mirando al vacío, o lo que es lo mismo, a mi propio vacío, y desconectando de todo lo que me rodea, sumida en el adireccional flujo de mis pensamientos. Es tan increíblemente fácil desconectar, que no entiendo cómo no caigo en la tentación a cada segundo del día. La gente debería hacerlo. No es bueno madurar. Madurar es pudrirse. Madurar es crecer y no quiero crecer. Quiero seguir siendo poco más de metro y medio de inseguridades escritas en versos en noches de luna creciente. Aunque si esa es la definición de madurar, creo que entonces seguiré siendo una cría para toda la vida. Y no me molesta, porque al fin y al cabo prefiero ser la verdad tejida a versos antes que la mentira vestida de rojo seda. Y los versos son mentiras en sí, pero no es lo mismo mentir para ser veraz que decir la verdad con el fin de mentir.
No sé si me explico. Puede que sean puntos de vista.
(Aunque si es eso lo que son entonces esos dos puntos están frente a frente, desgarrándose con la mirada)
 
 
Debéis estar anonadados.
Dos entradas en menos  de un mes, wow.
Bueno, atribuyámoslo a que estoy
pasando por una -momentánea- racha de felicidad
y me caéis mejor que de costumbre.
sí, sin razón aparente.
aprovechaos.
(De todas maneras no va más allá de unas
250 palabras, pero en fin, algo es algo).
 
Si has llegado hasta aquí,
 
es porque aún te interesa hablar de dragones
 
y de versos marchitos.
 
Eres bienvenidx,
este blog no es para todos los públicos.
 
(Hoy, ya que estoy poética,
la entrada se dedica a aquellos aún capaces de soñar)
 
11-11-14.

martes, 28 de octubre de 2014

Reutilización de textos y avisos recortados.


¡Hey! He estado ausente, pero si soléis venir por aquí ya sabéis que es lo que hay conmigo.

Bueno, al grano; creo haber manifestado ya mi creciente amor hacia la página Literautas, una web fantástica en la cual el amor por la escritura es más que evidente. El texto que viene a continuación ha participado en el taller del mes de octubre (lo recomiendo fuertemente) y bueno, aquí lo reutilizo. Que os guste.

Respecto a los textos como la entrada de septiembre, pienso subir más regularmente, en serio. Sólo es que he tenido un pequeño contratiempo y no he podido subir el correspondente a este mes. Sorry.

.

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De reminiscecias y la tecnotrónica


-¿Dónde están los niños?- Pregunta, y es una pregunta más retórica que cazadora de una respuesta, aunque la encuentra igualmente cuando su compañero aparece.

-Ya sabes, en el porche- Dice encogiéndose de hombros el profesor que Magdalena cree que da música. Es nuevo en el colegio, de hace unas semanas si mal no recuerda; un sustituto jovenzuelo mientras la anterior profesora completa su baja por embarazo. Quizá por eso lo observa todo con esa curiosidad, con ese ahínco de memorizar el patio; ella ha estado el suficiente tiempo allí como para verlo con los ojos cerrados, y es la experiencia la que le dice que esta es la primera vez que su contiguo da clases en un colegio sin otro apoyo que el de sí mismo, a pesar de haber contestado como si la respuesta fuera obvia, en un afán innecesario de adaptarse al ambiente.

En realidad, es bastante sencillo; se abre hacia tres frentes desde la puerta del edificio, en un terreno vulgar y cuadrangular. A un lado las pistas, la red de tenis precariamente colocada y con un agujero bien visible entre los nudos a la derecha. En el resto del terreno crecen árboles cercados por círculos de piedras en la gravilla y en el cuadrado de viejo cemento donde se apiñan los niños para formar las filas se vislumbran perrogatos a color y, sospecha, sin estrenar, a pesar de que hace dos años que los pusieron. Son más de decoración que de otra cosa, aunque debe admitir que quedan muy bien.


Avanzan con lentitud; son los encargados hoy de custodiar el patio, aunque por lo que se ve es prácticamente innecesario. Hablan vagamente de cosas vanas, de los alumnos que no han venido a clase (él lleva a los alumnos de su tutoría) pero no está escuchando realmente. Dobla la esquina con precaución, con la esperanza de que el panorama sea radicalmente distinto que el día anterior. Recuerda, porque ha estado allí muchos años, que cuando tenía la edad de su conlindante el ruido alcanzaba un nivel cinco, seis veces mayor. Risas y gritos, chillidos en busca de atención y tizas y bolas de papel con un poder arrojadizo increíblemente emergente. La vida abriéndose camino, pequeñas mentes codiciosas en busca de conocimientos y más conocimientos. Tiene la esperanza de que todo vuelva algún día a ser lo que era antes.


Pero no. Y es que cuando el porche queda a la vista, antes oculto por el ángulo del edificio escolar, todo lo que puede verse es un gran cúmulo de alumnos apiñados como abejas en la colmena. Como ellas, zumban y bisbisean al unísono con sus móviles; parpadean con rapidez jugando con las videoconsolas que emiten melodías pegadizas cada vez que aprietan los botones, es decir, a cada instante. Magdalena pasea la vista y apenas ve tres alumnos jugando en los columpios; a excepción de ellos, los ojos de los demás están febrilmente conectados a las pantallas de los dispositivos, bailando rápidamente en el intento de no perder de vista las composiciones de los píxeles. Ella echa un vistazo a su compañero (¿Rafa?) con la intención involuntaria de comentar algo, hablar de la vana pérdida de tiempo y de la capacidad de los niños sumergida en el pozo que son los dispositivos móviles, de cómo el patio es silencioso cuando antes el caos lo dominaba y de cómo lo echa de menos, así como echa de menos la imaginación que ahora les falta a sus alumnos y que suplen con fragmentos de acciones de videojuegos. Pero la pregunta muere a medio camino entre los labios y las intenciones. Su compañero mira fijamente la pantalla de su teléfono, tecleando a toda velocidad.


-¿Perdona, qué decías?- Dice distraídamente, sin despegar los ojos del móvil.


Ella suspira y se da la vuelta para volver.


-No he dicho nada.
 
¿Hey, me habéis echado de menos?
Tranquilos, no hace falta que mintáis. No os obligo.
Aunque podríais.
 
Si has llegado hasta aquí
significa que aún hay alguien que me lee.
Por lo tanto, hay alguien a quien,
mínimamente, le interesa la ilusión que pongo en esto.
Gracias. Es algo bonito.
(Y mira que odio ponerme cursi)
 
 
28-10-14.
 

sábado, 13 de septiembre de 2014

De regresos, de echar de menos y de una cuidada demostración de cobardía.


Echo de menos cosas.

No me duele reconocerlo, igual que no me cuesta aceptar que el cielo es azul o que el frío hiela. No me importa.

Y no me importa porque sé que es un hecho, y no soy (o trato de no serlo) una persona que se ciña desesperadamente a excusas que sólo sirven para engañarse a uno mismo. Tampoco es resignación; es tan simple como aceptar el hecho de que, quieras o no, en la vida se pierden cosas. Cosas diminutas como un alfiler o tan grandes como el leve rastro de perfume conocido que a veces aún notas desvanecerse en el aire, burlándose en un espejismo cruel.

Tenemos que aceptar que las cosas cambian. Si todo fuera en blanco y negro la vida sería infinitamente más fácil. Habrían menos suicidas y también menos preocupaciones de las que nunca hemos tenido. Creedme, la vida sería simple como un anillo (con el permiso de Neruda).

Pero y qué si tienen que seguir habiendo suicidas. Y qué si de no ser por los grises no existieran los poetas. Y qué si una de tantas de las figuras que conforman una multitud gritara de pronto porque tampoco quiere grises, sino colores. Puestos a pedir, podemos pedir colores inexistentes, volátiles, de los que aún no se han inventado todavía.

Podemos pedir prestada la luna si nos es preciso. Podemos gritar hasta destrozarnos las frases y que los verbos se descolgajen sueltos, fuera de su hilo de significado, como las piezas perdidas de un puzle que buscan desesperadamente a sus hermanos. Podemos gritar y gritar y seguir gritando hasta que el alma nos estalle en burbujas de irracionalidad y la vida se convierta en un atisbo de significado. No digo que la vida sea fácil. Nunca lo he dicho.

Precisamente por eso merece la pena vivirla.

(Y sí, reconozco que hay cosas que echo de menos, aunque soy lo suficientemente cobarde como para ocultarlo bajo una capa de indiferencia y rostro inexpresivo hasta que desaparezca. Podría haber hecho cosas de las que ahora me arrepentiría y es por eso que pido, que suplico que no me dejes. No dejes que me ahogue en esta cobardía, plagada de sombras y de miedos y de pasados incompletos para presentes inciertos. Ni siquiera sé si esta que escribe soy yo, o es toda la valentía de la que soy capaz saliendo a la luz. Tampoco sé cuál de las dos opciones es más patética. Ser cobarde nunca ha sido una elección; siempre ha sido un hecho. A veces me gusta engañarme a mí misma y pensar que no es así, aunque puede que cuando me engañe en realidad es en este preciso momento. Quizás no quiero saberlo.

Probablemente sea mi decisión más cobarde.)


Habrá más. Prometido. Dije que no abandonaría el blog.
(Pero tendréis que esperar hasta la próxima.)


Si has llegado hasta aquí,
 
probablemente has comprendido
 
que lo mío ya es de psiquiátrico.
 
No sé. Me lo figuro.
 
(Y si has llegado hasta aquí, por favor,
no me dejes ahogarme en la cobardía)
 
 
13-09-14.

martes, 8 de julio de 2014

Somos nubes, no más.


Un día, no recuerdo cuál, me planteé una cuestión ingenua y dolorosa a la vez. Me pregunté a mí misma a sabiendas de la respuesta, porque comprendí que ésta era menos importante que la pregunta. Y la pregunta picaba. Escocía como una llaga que aún no se ha curado.
¿Qué estoy haciendo yo por mi sueños?
Curiosa pregunta, ¿no es cierto? La mayoría de los humanos nos preocupamos más por decidir qué queremos y por vanagloriarnos de nuestras decisiones que por hacer algo para llegar hasta ello. Y lo cierto es que lo vi. Finalmente lo vi. Escondido tras algunas sombras, reticente a aparecer. Y aun así era claro como el agua, transparente como una nube. Sí, lo sé. Pensaréis que una nube no es transparente. Pero, probablemente, no habéis tenido el privilegio de ver las nubes. De saborearlas con la punta de la lengua, de extender la mano y tocarlas mientras se deshilachan entre los dedos. Y, si lo hiciérais, probablemente tampoco lo entenderíais. No hace falta mirar más allá, como se suele decir, sino un poquito más cerca.
Y si mirarais las nubes de cerca y las observárais de verdad, captando todos sus nervios y el tejido líquido que las forma, lo veríais. Y es que al fin y al cabo las nubes son agua. Y el agua es el símbolo de la transparencia por excelencia. Por tanto, ¿por qué no decir que las nubes nos permiten ver con la claridad del cristal? Sólo que, si lo intentas desde muy lejos, si tratas de atravesarlas con la mirada, el alcance de ésta pierde su efecto. Hay que acercarse, ver su textura y palparla con la mirada para comprobar que se pueden atravesar, y ver así qué se extiende tras ellas. Lo mismo ocurre con los sueños. Los sueños se tejen de hilos, hilos minúsculos y luz y pensamientos que se entrecruzan débilmente entre ellos.
Y, por uniformes que pareezcan a lo lejos, de cerca son rugosos, extraños y entreverados, veteados de blanco y de decisiones que no se han tomado todavía. Aun así, si eres capaz de acercarte, si eres capaz de reconocerlos aun a dos centímetros de los ojos, si sabes que son lo que estás buscando, comenzarás a verlos. Verás un patrón en ellos y te darás cuenta de que entre los hilos que la forman hay aire. Hay huecos. Y con el tiempo serás capaz de ver esos huecos sin necesidad de buscarlos y llegará un momento en que te alejes, tomes aire y sonrías, porque lo has conseguido. Da igual a cuánta distancia te sitúes. Verás tras ellos y a la vez los verás a ellos. Y, finalmente, si logras comprenderlos hasta el extremo en que lo necesitan, si logras entenderlos como necesitan que los entiendan, si consigues luchar por ellos como lucharías por tu propia vida, cuando los mires no los verás a ellos.
Te verás a tí.
 
 
 Esto es todo por hoy. ¡Hasta la próxima!
 
Si has llegado hasta aquí,
 
Podrías dejar un comentario o algo.
 
Yo sólo lo sugiero.
 
(porfi)
08-07-14.
 
 

miércoles, 4 de junio de 2014

El vestido de domingo y hola qué tal.



Buenos días (o noches) y bienvenidos (por fin) a una nueva entrada.

*Aplausos* *Vítores*

En fin, el caso es que hace mucho que no publico, pero me apetecía dejar por aquí un relato que escribí en marzo. Fue para un taller de escritura de una página que recomiendo encarecidamente (llamada Literautas) en el cual escribíamos un relato con unas condiciones y el cual comentaban tres compañeros. A cambio, tú escribías tres comentarios para tres textos diferentes. No sé si me explico, pero si queréis más información, entrad. Ahora no hoy taller por eso de que se acerca el verano (summer is coming) pero en septiembre volverá. Lo recomiendo muy fuerte.

Y fuera de parrafadas, aquí está el relato. Tened en cuenta que está tal y como lo mandé. Las condiciones eran las siguientes: debía que aparecer un castillo y la frase ''se acabó el juego''.


 El vestido de domingo



Hacía viento, un viento cambiante y caprichoso de primavera, aunque a su favor había que señalar que soplaba sin prisas, desbaratando los esquemas de las hojas de los árboles. Las nubes, perezosas, cubrían un pequeño pedazo de cielo que algunos pájaros usaban para presumir de sus alas. Era, en resumen, un día perfecto para despellejarse las rodillas jugando. O, al menos, eso opinaban los niños.

Sería difícil culparlos, desde luego. La mayoría de ellos habían sido arrastrados allí por sus padres; al principio la visita resultaba interesante, pero no encontraban nada entretenido en ver las mismas piedras desgastadas formando diferentes estructuras, por muy grandes e imponentes que estas fueran. Estaban en esa edad en la que la atención volaba como las abejas hacia las flores. Incapaz de concentrarse en ningún punto concreto, pero demasiada como para desperdiciarla inútilmente.

Obviamente, esto no era lo que pasaba por la cabeza de sus progenitores en aquellos momentos. Unos cuantos habían decidido dejar corretear a las pequeñas fieras, resignados a su suerte, pero sin perderles ojo. Al fin y al cabo, por muchas medidas de seguridad que hubiese, el Castillo de Santa Bárbara seguía siendo una construcción antigua, con suelos resbaladizos y una caída que cualquiera calificaría de importante. A esos mismos padres se les pasaba por la cabeza que quizá los críos hubieran debido quedarse en casa.

Armaban un revuelo considerable, los dichosos niños. Eran diez, pero parecían veinte. Corrían de un lado para otro como demonios, pequeños y estruendosos, persiguiéndose unos a otros entre risas y algún que otro llanto. En aquellos momentos, un niño bajo y regordete se afanaba en perseguir al resto con la misma habilidad de la que haría gala un pato mareado. Resollaba y resoplaba, pero no conseguía alcanzar a nadie. Al cabo de tres intentos fallidos, desesperado, decidió cambiar de objetivo y centró su atención en una niña rubia vestida de impecable blanco.

Ella, percibiendo el peligro, comenzó a correr hacia el árbol más cercano. Se enganchó las medias en su precipitada subida y para cuando llegó arriba sus ordenados rizos eran una maraña de pelos, pero sonreía burlona al crío regordete.

-Te gané.- Afirmó en tono burlón, sacándole la lengua a su perseguidor. Se sentía satisfecha de haber trepado hasta arriba en tan poco tiempo.

El niño ni siquiera hizo amago de intentar trepar; era obvio que no sería la primera vez que lo intentaba y que ya conocía el resultado. Se dio la vuelta, buscando una nueva víctima. La niña se recostó, satisfecha.

-¿Cuántas veces te he dicho que no me gusta que subas a los árboles?- La mujer, de ceño fruncido y ropas de marca cara, había aparecido sin que la niña se diera cuenta.- Se acabó el juego. Baja de ahí ahora mismo.

-Pero mamá…

-Nada de peros. Baja inmediatamente.

Con un gesto de resignación, la niña saltó de la rama a la que se había encaramado, aterrizando con un golpe limpio en el suelo. Una sonrisa de satisfacción se esbozó en su cara.

-¿Estás contenta? ¡Mira lo que has hecho con la ropa nueva!

La niña examinó distraídamente sus medias rotas y la falda llena de hormigas. Se encogió de hombros.

-Y mira lo que te has hecho en el pelo- Continuó la mujer, ya con arrugas en la frente causa de mantener aquella expresión de enfado.- ¡Lo llevabas recién lavado!

-Sólo jugábamos al pilla-pilla..

-Me da igual qué estábais haciendo. Es más, vas a dejar de jugar a eso una semana. Estás castigada.

-Pero mamá, ¡sólo estaba jugando un rato!

-Mírate las rodillas, por Dios, Marta- Exclamó su madre.- ¡Vas hecha un desastre! No voy a tolerar que estropees tu ropa así. ¡Vale dinero! Por favor, era tu vestido nuevo...

-Yo no quiero vestidos.- Esta vez era la niña la que fruncía el entrecejo.- ¡Me los pongo porque tú quieres!

-Basta ya, jovencita. Como no calles, vas a estar castigada no una semana, sino dos. Y baja la voz.- La gente empezaba a mirar disimuladamente hacia donde estaban.

Marta dirigió la mirada hacia su madre.

-No.- Dijo, en un susurro lleno de rabia.

La madre le dio una sonora cachetada que le obligó a girar la cara.

Ella tosió. Las lágrimas le nublaron los ojos.

-Te odio.-Masculló la niña, con todas las letras.

Aquella no fue la última vez que pronunció aquellas palabras.








Y esto ha sido todo. ¡Hasta la próxima!
 
 
Si has llegado hasta aquí,
 
házmelo saber.
 
Prometo recompensa.
 
 
04-06-14.
 



viernes, 21 de marzo de 2014

Cosa random.


Y bien, esto es algo random, sin sentido y escrito hace un par de días. Me apetecía coger un papel en blanco y ver qué salía. Y si me apetece, haré más, porque la verdad es que me sentó bastante bien. Es divertido. Puede que incluso haga un apartado en el blog sólo para esto. Así subo de vez en cuando y tal. Que no está de más.
 
 
 
Hablando sinceramente, no sé cuánto tiempo hace que no cojo un lápiz y un papel y escribo, así, sin más, tal y como lo estoy haciendo ahora. Sinceramente, no tengo ni idea de lo que voy a hablar; acaba de ocurrírseme hacerlo. La causa, supongo que básicamente es que hacía tiempo. Creo que lo echaba de menos, también. Siempre he tenido claro que el papel es un buen amigo, aunque  a veces se me olvida y esas cosas. Pero en fin, cuando vuelvo, siempre está ahí. (Esto me ha quedado super forever alone) (medaiwá)

Podría decirse que ha sido porque no tenía tiempo, pero no me gusta mentir, y eso es una mentira. Y es que tiempo tengo, de sobra. Pero no sé administrármelo. En estos mismos momentos debería estar estudiando. Fuck logic. Escribo cuando tengo que estudiar y cuando no escribo… em… pues orugueo. Porque soy así de vaga xD. Qué poco profesional queda esto con caritas, pero mira, la verdad es que me da igual. SI alguien lee este blog no sé por qué demonios lo hace o sigue haciendo si, la verdad, nunca subo nada en serio. Bueno, Lápiz y eso. Pero nada demasiado especial, en plan muy largo y súper currado. Soy una egoísta redomada y lo guardo para mí. Deberíais ver mi letra ahora, en plan torcida y super guay de la muerte, como cursiva, pero más mejor. Me recuerda a cuando en el M!C describen la  letra de Sirius. (momento de distracción de Ainhoa, que sólo ella entiende) Hey, si alguien quiere saber qué es el M!C, que pregunte y de paso me alegra el día. Y si ya os lo habéis leído, pues fangirlead, o fanboyead, o lo que sea. Porque os juro que lo enmarcaba. De hecho podría (DEBERÍA) ser el canon Marauder. Pero bueno, sigamos con lo que sea que sea esto. Suenan las campanas fuera, llevo más de una página escrita y, sorprendentemente, hay silencio. Sólo se oye el rasgueo de la mina contra el papel. Sí, uso portaminas. No me gusta escribir a lápiz, me resulta muy incómodo xD, y el boli es demasiado definitivo. No, me gusta este paso intermedio. Las cosas no tienen por qué ser blancas o negras, pueden ser grises

Acabo de volver de una conversación random con mi madre y de buscar una cosa que efectivamente no encuentro. Soy un puto desastre. Y bueno, creo que es todo por hoy, que mi madre ha puesto Sherlock y quiero fangirlear a gusto.

Hasta la próxima!
Si has llegado hasta aquí,
te debo un abrazo. Canjeable.

18-03-14.

lunes, 13 de enero de 2014

El lápiz es más fuerte que la espada.3.

¿Qué decir? Tercer capítulo. Que lo disfrutéis, aquí empiezan las curvas.. (más)
Si has llegado hasta aquí, y vas a leer, gracias.
 
Capítulo 3.
Por unos instantes, su mente quedó en blanco, incapaz de reaccionar, de procesar la información que sus ojos trataban de enviarle. Del cuerpo inerte y fofo de aquel borracho aún manaba la sangre, como una macabra fuente erigida en su honor. Asustada, trató de alejarse del cadáver, pero la pared de ladrillos constituía un sólido impedimento para avanzar.

-Lo he matado.- Se dijo Mimi. El decirlo en voz alta, aquella sencilla afirmación la llenó de pánico. Era simple, era sencillo, era la verdad y era absolutamente aterrador. Había matado a alguien.

Comenzó a notar un sordo pitido en sus oídos. Sacudió la cabeza, molesta, pero en lugar de desaparecer, se intensificó. Parpadeó y su visión se tiñó de rojo. Bloqueada, era incapaz de pensar en ninguna otra cosa que en el lápiz hundiéndose en la blanda carne del cuello y de los gorgoteos agónicos que aún parecían retumbar en sus oídos. Se abrazó las rodillas, sintiéndose indefensa. ‘’Lo he matado, lo he matado, lo he matado..’’, no podía parar de repetirlo en su mente. Notó la falta de oxígeno en sus pulmones y comenzó a hiperventilar de forma inconsciente. Alargó las manos hacia el suelo, en busca de algo sólido a lo que aferrarse aunque sabía que era su mente la que estaba provocándole aquello, y…

‘’Basta’’- Resonó una voz en su interior. Mimi se aferró fuertemente a ella, era lo único firme que tenía en aquellos momentos, su único apoyo-‘’Respira profundamente’’, Ordenó, y eso hizo ella, concentrándose en cada inspiración y expiración. Poco a poco, el ritmo de sus jadeos disminuyó de forma considerable hasta transformarse en una respiración calmada. Abrió los ojos lentamente, dándose cuenta de lo fuertemente que los tenía cerrados hacía apenas unos instantes. Todo seguía exactamente igual que hacía unos minutos. Ella no.

Era consciente de lo que había hecho. Es más, totalmente consciente. Y le producía el mismo pánico que al principio. Pero esta vez, era capaz de ocultarlo, o lo que era más importante, de ocultárselo a sí misma.

Le había matado, sí, pero tampoco había sido culpa suya. Aquel borracho había invadido su espacio, la había asustado y atentado contra sus derechos. Había sido en defensa propia.

Una vez estuvo convencida de ello se dio cuenta de lo que suponía más allá de aquellos instantes de pánico.

Si confesaba, iría a la cárcel, la condenarían. Seguramente no, porque era menor, pero quizás la internarían en un centro de menores o quién sabe qué. Puede que sí o puede que no. Era obvio que ella no había tenido la culpa, pero, ¿qué diría la justicia? No, definitivamente no se fiaba. Una semilla de pánico creció en su interior. No podía abandonar la vida que por fin tenía, con todas las cosas a su favor y por la que había tenido que luchar tan duramente. No después de todo lo que había pasado. No era lo justo. No lo permitiría.

Conteniendo la repulsión que el cadáver le producía, se acercó lentamente. Lo observó, sopesando sus próximos movimientos. Después respiró hondo, preparándose para lo que iba a hacer.

De un tirón brusco, arrancó el lápiz del cuello inerte. Un borboteo fangoso sonó por unos instantes y se detuvo. Mimi contuvo una arcada, pero se mantuvo firme. Agarró el lápiz con fuerza, procurando no tocar las partes manchadas, aunque era francamente difícil. Fijó la vista en él. Le producía una extraña atracción. Sabía que había matado con él. Era fascinante y macabro. Su arma.

‘’No es tu arma’’- Replicó la voz de su cabeza-‘’No de esa forma’’. Ella coincidió. Además, debía deshacerse de él antes de que alguien pudiera encontrarla.

Unos pasos cercanos interrumpieron sus pensamientos.