Aparezco por aquí de vez en cuando y probablemente os asuste. La continuidad, la regularidad y la homogeneidad hacen gala de su ausencia por aquí y yo tampoco las invito a que vengan porque no suelen caerme bien. O yo a ellas. Anyway.

miércoles, 4 de junio de 2014

El vestido de domingo y hola qué tal.



Buenos días (o noches) y bienvenidos (por fin) a una nueva entrada.

*Aplausos* *Vítores*

En fin, el caso es que hace mucho que no publico, pero me apetecía dejar por aquí un relato que escribí en marzo. Fue para un taller de escritura de una página que recomiendo encarecidamente (llamada Literautas) en el cual escribíamos un relato con unas condiciones y el cual comentaban tres compañeros. A cambio, tú escribías tres comentarios para tres textos diferentes. No sé si me explico, pero si queréis más información, entrad. Ahora no hoy taller por eso de que se acerca el verano (summer is coming) pero en septiembre volverá. Lo recomiendo muy fuerte.

Y fuera de parrafadas, aquí está el relato. Tened en cuenta que está tal y como lo mandé. Las condiciones eran las siguientes: debía que aparecer un castillo y la frase ''se acabó el juego''.


 El vestido de domingo



Hacía viento, un viento cambiante y caprichoso de primavera, aunque a su favor había que señalar que soplaba sin prisas, desbaratando los esquemas de las hojas de los árboles. Las nubes, perezosas, cubrían un pequeño pedazo de cielo que algunos pájaros usaban para presumir de sus alas. Era, en resumen, un día perfecto para despellejarse las rodillas jugando. O, al menos, eso opinaban los niños.

Sería difícil culparlos, desde luego. La mayoría de ellos habían sido arrastrados allí por sus padres; al principio la visita resultaba interesante, pero no encontraban nada entretenido en ver las mismas piedras desgastadas formando diferentes estructuras, por muy grandes e imponentes que estas fueran. Estaban en esa edad en la que la atención volaba como las abejas hacia las flores. Incapaz de concentrarse en ningún punto concreto, pero demasiada como para desperdiciarla inútilmente.

Obviamente, esto no era lo que pasaba por la cabeza de sus progenitores en aquellos momentos. Unos cuantos habían decidido dejar corretear a las pequeñas fieras, resignados a su suerte, pero sin perderles ojo. Al fin y al cabo, por muchas medidas de seguridad que hubiese, el Castillo de Santa Bárbara seguía siendo una construcción antigua, con suelos resbaladizos y una caída que cualquiera calificaría de importante. A esos mismos padres se les pasaba por la cabeza que quizá los críos hubieran debido quedarse en casa.

Armaban un revuelo considerable, los dichosos niños. Eran diez, pero parecían veinte. Corrían de un lado para otro como demonios, pequeños y estruendosos, persiguiéndose unos a otros entre risas y algún que otro llanto. En aquellos momentos, un niño bajo y regordete se afanaba en perseguir al resto con la misma habilidad de la que haría gala un pato mareado. Resollaba y resoplaba, pero no conseguía alcanzar a nadie. Al cabo de tres intentos fallidos, desesperado, decidió cambiar de objetivo y centró su atención en una niña rubia vestida de impecable blanco.

Ella, percibiendo el peligro, comenzó a correr hacia el árbol más cercano. Se enganchó las medias en su precipitada subida y para cuando llegó arriba sus ordenados rizos eran una maraña de pelos, pero sonreía burlona al crío regordete.

-Te gané.- Afirmó en tono burlón, sacándole la lengua a su perseguidor. Se sentía satisfecha de haber trepado hasta arriba en tan poco tiempo.

El niño ni siquiera hizo amago de intentar trepar; era obvio que no sería la primera vez que lo intentaba y que ya conocía el resultado. Se dio la vuelta, buscando una nueva víctima. La niña se recostó, satisfecha.

-¿Cuántas veces te he dicho que no me gusta que subas a los árboles?- La mujer, de ceño fruncido y ropas de marca cara, había aparecido sin que la niña se diera cuenta.- Se acabó el juego. Baja de ahí ahora mismo.

-Pero mamá…

-Nada de peros. Baja inmediatamente.

Con un gesto de resignación, la niña saltó de la rama a la que se había encaramado, aterrizando con un golpe limpio en el suelo. Una sonrisa de satisfacción se esbozó en su cara.

-¿Estás contenta? ¡Mira lo que has hecho con la ropa nueva!

La niña examinó distraídamente sus medias rotas y la falda llena de hormigas. Se encogió de hombros.

-Y mira lo que te has hecho en el pelo- Continuó la mujer, ya con arrugas en la frente causa de mantener aquella expresión de enfado.- ¡Lo llevabas recién lavado!

-Sólo jugábamos al pilla-pilla..

-Me da igual qué estábais haciendo. Es más, vas a dejar de jugar a eso una semana. Estás castigada.

-Pero mamá, ¡sólo estaba jugando un rato!

-Mírate las rodillas, por Dios, Marta- Exclamó su madre.- ¡Vas hecha un desastre! No voy a tolerar que estropees tu ropa así. ¡Vale dinero! Por favor, era tu vestido nuevo...

-Yo no quiero vestidos.- Esta vez era la niña la que fruncía el entrecejo.- ¡Me los pongo porque tú quieres!

-Basta ya, jovencita. Como no calles, vas a estar castigada no una semana, sino dos. Y baja la voz.- La gente empezaba a mirar disimuladamente hacia donde estaban.

Marta dirigió la mirada hacia su madre.

-No.- Dijo, en un susurro lleno de rabia.

La madre le dio una sonora cachetada que le obligó a girar la cara.

Ella tosió. Las lágrimas le nublaron los ojos.

-Te odio.-Masculló la niña, con todas las letras.

Aquella no fue la última vez que pronunció aquellas palabras.








Y esto ha sido todo. ¡Hasta la próxima!
 
 
Si has llegado hasta aquí,
 
házmelo saber.
 
Prometo recompensa.
 
 
04-06-14.