Aparezco por aquí de vez en cuando y probablemente os asuste. La continuidad, la regularidad y la homogeneidad hacen gala de su ausencia por aquí y yo tampoco las invito a que vengan porque no suelen caerme bien. O yo a ellas. Anyway.

sábado, 13 de septiembre de 2014

De regresos, de echar de menos y de una cuidada demostración de cobardía.


Echo de menos cosas.

No me duele reconocerlo, igual que no me cuesta aceptar que el cielo es azul o que el frío hiela. No me importa.

Y no me importa porque sé que es un hecho, y no soy (o trato de no serlo) una persona que se ciña desesperadamente a excusas que sólo sirven para engañarse a uno mismo. Tampoco es resignación; es tan simple como aceptar el hecho de que, quieras o no, en la vida se pierden cosas. Cosas diminutas como un alfiler o tan grandes como el leve rastro de perfume conocido que a veces aún notas desvanecerse en el aire, burlándose en un espejismo cruel.

Tenemos que aceptar que las cosas cambian. Si todo fuera en blanco y negro la vida sería infinitamente más fácil. Habrían menos suicidas y también menos preocupaciones de las que nunca hemos tenido. Creedme, la vida sería simple como un anillo (con el permiso de Neruda).

Pero y qué si tienen que seguir habiendo suicidas. Y qué si de no ser por los grises no existieran los poetas. Y qué si una de tantas de las figuras que conforman una multitud gritara de pronto porque tampoco quiere grises, sino colores. Puestos a pedir, podemos pedir colores inexistentes, volátiles, de los que aún no se han inventado todavía.

Podemos pedir prestada la luna si nos es preciso. Podemos gritar hasta destrozarnos las frases y que los verbos se descolgajen sueltos, fuera de su hilo de significado, como las piezas perdidas de un puzle que buscan desesperadamente a sus hermanos. Podemos gritar y gritar y seguir gritando hasta que el alma nos estalle en burbujas de irracionalidad y la vida se convierta en un atisbo de significado. No digo que la vida sea fácil. Nunca lo he dicho.

Precisamente por eso merece la pena vivirla.

(Y sí, reconozco que hay cosas que echo de menos, aunque soy lo suficientemente cobarde como para ocultarlo bajo una capa de indiferencia y rostro inexpresivo hasta que desaparezca. Podría haber hecho cosas de las que ahora me arrepentiría y es por eso que pido, que suplico que no me dejes. No dejes que me ahogue en esta cobardía, plagada de sombras y de miedos y de pasados incompletos para presentes inciertos. Ni siquiera sé si esta que escribe soy yo, o es toda la valentía de la que soy capaz saliendo a la luz. Tampoco sé cuál de las dos opciones es más patética. Ser cobarde nunca ha sido una elección; siempre ha sido un hecho. A veces me gusta engañarme a mí misma y pensar que no es así, aunque puede que cuando me engañe en realidad es en este preciso momento. Quizás no quiero saberlo.

Probablemente sea mi decisión más cobarde.)


Habrá más. Prometido. Dije que no abandonaría el blog.
(Pero tendréis que esperar hasta la próxima.)


Si has llegado hasta aquí,
 
probablemente has comprendido
 
que lo mío ya es de psiquiátrico.
 
No sé. Me lo figuro.
 
(Y si has llegado hasta aquí, por favor,
no me dejes ahogarme en la cobardía)
 
 
13-09-14.