Aparezco por aquí de vez en cuando y probablemente os asuste. La continuidad, la regularidad y la homogeneidad hacen gala de su ausencia por aquí y yo tampoco las invito a que vengan porque no suelen caerme bien. O yo a ellas. Anyway.

jueves, 31 de diciembre de 2015

No - propósitos de año nuevo.

Dos entradas diferentes el mismo mes, wow, debo estar delirando.

La razón de esta increíble opulencia es la siguiente: creo (y sólo creo) que me apetece renovar un poco el estilo del blog. No sé, a lo mejor cambiar un par de cosas. De momento la parte biográfica está en reformas y ya veremos qué más. El caso es que estoy abierta a sugerencias.

Además de ese pequeño detalle, quiero deciros algo; y es que aunque 2016 esté a la vuelta de la esquina, quiero seguir con el mismo propósito que ya conocéis: una entrada al mes, mínimo. Y espero poder publicar unas cuantas más. Creo que es cuestión de concienciarse un poco de ello y, no sé, al final es más bonito y hay más cosas que leer. Y yo escribo más.

También voy a confesaros algo: quiero que en 2016 escriba más de lo que he escrito nunca en un año. Ya es difícil, lo sé. Pero creo que en algún momento voy a tener que plantarle cara a esta manía de abandonar a las letras y que ya va siendo hora.

Aquí es donde entráis vosotros. Necesito vuestra ayuda. Ayudadme. Recordádmelo. Llamadme vaga si hace falta. Please. Es más por mí que por vosotros, lo sé, pero os lo pido como favor c:


Todo por hoy, que me vengo arriba.
Gracias por todo un año aguantándome.
Aún tengo cuerda para rato, tranquilos.
31/12/15

La chica volátil (esta vez, al completo)

Hoy os traigo una entrada especialmente larga, una entrada un poco distinta y hecha con muchísimo cariño.
En noviembre os hablé del premio que gané a nivel provincial, de la ilusión que me había dado, de todo lo que había supuesto para mí. Hay más. Os pregunté que si querríais leerlo. Hay quien me dijo que sí, bien de una manera u otra, así que aquí está. Con mucho amor y algo de nerviosismo, aunque sea a través de la red, os presento La chica volátil, un relato con el que disfruté muchísimo escribiéndolo y que espero os guste tanto como a mí crearlo.

PD: a pesar de que yo, como autora, decida voluntariamente publicar este relato en internet, eso no autoriza a ninguna tercera persona a difundirlo fuera de este blog, copiarlo o parafrasearlo. Obviamente sí podéis difundir el enlace a esta entrada y a mi blog, lo cual agradezco profundamente. Gracias.


La chica volátil




  La chica volátil vivía en un piso abandonado en mitad de una gran ciudad; una ciudad plagada de transeúntes que iban a todos sitios y a ninguna parte. A menudo se apoyaba en el alféizar de su ventana, medio cuerpo dentro y medio fuera, y se dedicaba a ver a la gente pasar en grandes oleadas. Solía preguntarse a dónde iban, por qué con tanta urgencia, por qué, por qué, siempre por qué. No lograba entender qué les empujaba a correr cuesta abajo cartera en mano a punto de perder el autobús, y es que nunca había sido capaz de tener prisa. Era algo habitual en una urbe plagada de estrés, los nervios del tráfico y la gran indignación ante los atascos imprevistos. Ella, incapaz de comprenderlo, sólo observaba. Por pura curiosidad, una vez caminó hacia la esquina más alejada de su avenida para hacer el recorrido inverso a su portal fingiendo apremio, mirando a todos lados, con una mochila de fondo descosido echada al hombro y el pelo alborotado. Pero le era imposible sentirlo, ese cosquilleo nervioso en las plantas de los pies y en las palmas de las manos y los nervios a flor de piel que parecía sufrir todo aquel que apuraba para llegar a tiempo a la parada de autobús. Ella lo llamaba el síndrome de metrópolis crónica, un trastorno nervioso que empujaba a cualquiera a dejarse llevar por la prisa y correr, correr, siempre correr. Sostenía firmemente que era una enfermedad contagiosa que se trasmitía a base de recorrer las calles plagadas de peatones y transportes una y otra y otra vez. O lo hubiera sostenido, claro, si hubiera habido alguien con quien debatirlo. La chica volátil estaba sola, y así había estado toda su vida. Ni siquiera tenía la necesidad de plantearse el por qué. Simplemente era ¿acaso hay algo más complicado que ser?

  A pesar de lo que pudiera parecer, no es que fuera una indigente. Simplemente le gustaba su pequeño piso abandonado, un edificio cochambroso y con la fachada de cal cayéndose a pedazos y con el papel de las paredes a medio despegar. La decadencia también era un arte en su justa medida, pensaba, quizá el más complejo de todos, pues el límite entre moribundo y fallecido es algo no tan fácil de discernir si hablamos de un edificio de cincuenta años de vida que aún resiste el embiste del tiempo asentado en una de las vías más importantes de la ciudad. Y, para qué mentir, la verdad es que no le interesaba estar en ninguna otra parte.

  Además de aquel curioso hábito, había poco que pudiera verse a simple vista de ella. Trabajaba en una cafetería a dos calles de su portal, un local ni pequeño ni grande que siempre servía el café un poco más caliente de la cuenta. Todas las mañanas se vestía, se peinaba, cogía su vieja mochila raída y llegaba al trabajo dos minutos más tarde de la hora prevista. Ni cinco minutos antes ni diez después, siempre dos minutos después del plazo. Un detalle nimio en el que ni siquiera reparaban, porque ¿quién iba a contar dos minutos, ciento veinte segundos escasos, teniendo cosas mucho más importantes que hacer? Era otra de las cosas que le fascinaban, la capacidad de aislamiento del tiempo de la gente mientras el estrés continuaba implícito en su organismo. Su vida podría parecer monótona o aburrida, pero le gustaba dedicar su tiempo libre simplemente a pensar, reflexionar, leer y seguir elucubrando sobre temas y temas. Su cuestión favorita, precisamente, era el tiempo. Podía pasar horas y horas en silencio, sentada de piernas cruzadas en el suelo, sin parar de pensar, por el puro placer de la reflexión. Por eso tampoco le gustaba tomar decisiones a la ligera ni precipitarse en cualquier asunto sin dedicarle el tiempo merecido. Aquella capacidad de abstracción y pensamiento era de lo que más orgullosa se sentía de sí misma, quizá con un poco de lástima, pues sentía que nadie llegaría a comprenderla nunca ya que, al fin y al cabo, todos estaban demasiado ocupados haciendo cosas con prisa para poder tener tiempo para hacer esas otras cosas que tenían pendientes de acabar. Y así siempre.

  Y, a pesar de la apacible tranquilidad que parecía inundar su vida, la chica volátil tenía un secreto. Era incapaz de poseer nada, pues todo aquello que era suyo acababa roto o perdido. Ni siquiera era algo de lo que se hubiera dado cuenta en algún momento de su vida; lo tenía tan asumido como el resto de su existencia. (O quizá, sí se hbaía dado cuenta en algún momento de su vida, pero ¿quién sabe? Nunca había sido capaz de entender el tiempo). Y, a la vez, lo sentía como una especie de crimen inconfesable que nadie debería saber.

  Pero ni siquiera ella sabía que los debería no están hechos para ser cumplidos.



  Un día lluvioso de octubre entró en el café un chico despeinado. Llevaba las botas llenas de barro, un lunar en la mejilla izquierda y una mochila azul colgada del hombro. Se sentó en una mesa al lado de la ventana y la llamó.

  Ella, detrás de la barra, ni siquiera se percató de ello hasta que volvió a repetir su llamada. Fue entonces cuando levantó la cabeza, extrañada de que nadie respondiera a las demandas del cliente, y se encontró con los ojos del chico clavados firmemente en ella.

-Un café solo con hielo, por favor.

  Ella asintió rápidamente con la cabeza, sorprendida, y desapareció en la cocina en busca del café. Que pudiera recordar, ningún cliente jamás había hecho un pedido sin antes preguntar ella primero. Y es que la chica volátil era tan efímera como su nombre, y nadie reparaba en ella si no se hacía de notar primero. Aquello la sumió en una confusión repentina, pues estaba acostumbrada a que nadie notara su presencia y ser poco más que una sombra camuflada entre todo lo demás. Sosteniendo la bandeja en una mano y la curiosidad en otra, salió a servir al chico, que había sacado de su mochila un cuaderno y bolígrafo y murmuró un ‘’gracias’’ distraído mientras comenzaba a escribir en su libreta.

  A lo largo de la tarde fueron llegando más y más clientes. La lluvia no es algo que a la sociedad le guste sufrir en sus propias carnes; prefiere la tranquilidad de un techo y un café caliente antes que pasear por las calles inundadas de paraguas. Mucha gente entró y salió del café aquel día, muchísima gente, más de la que la chica volátil había visto en mucho tiempo. Todos con más o menos prisa, todos acababan abandonando su mesa y una taza de café vacía.

  Aquel chico no.

  Tras limpiar tres mesas seguidas, minutos después de que comenzara a amainar, ella se dio cuenta de que aún no había abandonado su mesa. Miró el reloj. Faltaba media hora para el cierre. Sintiéndose en la obligación de informarle, se acercó a la mesa y carraspeó un poco para atraer su atención.

-Perdone, señor, cerramos en veinte minutos. No quiero molestarle ni nada por el estilo, pero puedo retirarle la mesa si quiere.

  El chico la miró extrañado, saliendo del deje de abstracción en el que se hallaba sumido. Miró a su alrededor, comprobando que, efectivamente, era el único cliente que quedaba en el local.

-Sí, claro, por supuesto. ¿Te importa si te ayudo a recoger? Hay cosas aquí que quiero tirar.- Y, sin darle opción a contestar, se levantó y comenzó a amontonar las hojas que había arrancado del su libreta, llenas de tachones y líneas sueltas. Ella, demasiado sorprendida como para llevarle la contraria, se limitó a recoger los restos del café que aún quedaban allí. En cinco minutos estaban en la calle. Mientras ella echaba el cerrojo, el chico la observaba y, al final, decidió acercarse a ella.

-Oye, lo siento por quedarme. No me he dado cuenta de que era tan tarde, ¿sabes? Suele pasarme.- Se excusó, avergonzado, mientras se colgaba la mochila de nuevo al hombro.

-No pasa nada.- Dijo ella, ajustándose las correas de la mochila. No sabía muy bien qué debía decir en aquellos instantes; nunca o casi nunca hablaba en el trabajo y menos fuera de él.

-Muchas gracias, eh… -Dejó la frase en el aire, a expensas de que ella la finalizara por él.

No obstante, aquello era imposible, y es que la chica volátil ni siquiera tenía nombre, porque hacía años que lo había perdido. Sin poder evitarlo, el rubor le subió a las mejillas mientras intentaba responder a aquella pregunta no formulada.

Al ver que no contestaba, el chico se encogió de hombros.

-Yo me llamo Raúl. Encantado.- Le tendió la mano y ella se la estrechó, aún pensando en como responderle, pero no fue necesario- Quizá no quieras decirme tu nombre, pero estoy seguro de que podemos adivinarlo. A ver, déjame pensar- Dijo él, examinando su rostro en busca de alguna pista.- Ya lo tengo. Te llamas Luz, ¿a que sí?

-Yo… - Murmuró ella, sin saber cómo salir de aquel atolladero.

-No, no tienes ni que decírmelo. ¿Sabes? Se te nota en los ojos. Están llenos de luz, estoy seguro de que te llamas así. ¿Es cierto?

Al oír aquellas palabras, ella alzó la cabeza, sorprendida. Probablemente Raúl era la primera persona que le miraba a los ojos en muchos años. Sonrió, sin saber muy bien por qué.

-Sí, me llamo Luz.- Afirmó, con una sonrisa en los labios.



  No fue la última vez que le vio. Raúl tomó como hábito tomar café a las cuatro de la tarde y pasar justo delante de la cafetería cuando estaba cerrando para invitarla a dar un paseo y aparecer a media tarde con una sonrisa en la cara sólo para ella. Y Luz, que había adoptado ese nombre como una segunda piel, agradecía en lo más profundo la lluvia que le había invitado a entrar en el café una tarde de octubre. Y un día ocurrió lo inevitable. Se estaban riendo, llovía, y uno de los dos se acercó demasiado porque no tenía paraguas. Ni siquiera se dieron cuenta. Para cuando quisieron verlo, ya se estaban besando. Y, como solía hacer Luz con el resto de cosas que acontecían en su vida, se limitaron a disfrutar de aquello que había acabado por suceder, algo que, después de todo, ambos sabían que acabaría sucediendo.

  Una tarde de diciembre, sentados en una estación de autobús, hacía demasiado frío. Luz se acercó a él, riendo, después de disculparse por haberle robado la chaqueta. Él sonrió.

-Aún sigues siendo una idiota. ¿Todavía no entiendes que todo lo mío ya es tuyo? Ya tienes mi corazón, qué más te da quedarte con mi chaqueta.

  Fue su sentencia de muerte. Ella se levantó de la estación como un resorte, se tapó la cara con las manos y comenzó a llorar. Huyendo a toda prisa, se alejó, de la estación y de él, de la única persona en el mundo que había sido capaz de devolverle el nombre.

  Aún vaga por las calles intentando encontrarla. Ella, sola, se arrepiente en el alma de ser como es. Y, a pesar de todo, no sabe que sí, todo lo que es suyo acaba roto; ella le está rompiendo.

Gracias a todos aquellos que, de una manera u otra,
se interesaron e interesan por La chica volátil
o por cualquiera de mis escritos.
No sabéis cuánto os lo agradezco.
31/12/15.

lunes, 30 de noviembre de 2015

Noviembre. La chica volátil y sueños por cumplir.

Aunque va a resultarme raro, la entrada que os traigo para este mes no es una entrada ''literaria'' exactamente.

Os dije que tenía buenas noticias y que esperaba poder contároslas pronto. Más tarde que ponto, como siempre, aquí están.

Hará cosa de un mes o así, no sé exactamente cuánto hace (creo que un poco más) mandé un relato a un  concurso de relato corto que se celebraba a nivel provincial. La verdad es que lo mandé a última hora, recién salido del horno (escrito en menos de tres horas) y con la sensación de que podría haberlo hecho mucho mejor; pero, a la vez, con la sensación de que por qué no, de que tenía que intentarlo. Podían ocurrir dos cosas; que realmente al jurado le gustara, que supiera ver lo que yo había intentado reflejar, aunque necesitase pulirse, o que simplemente lo descartaran porque había relatos mucho más trabajados, más maduros, más originales y, en definitiva, más dignos de ser premiados.

He de añadir que en mi categoría la franja de edad era de 16 a 30 años cumplidos a lo largo del año, con lo cual, tenía aún menos posibilidades que en un concurso juvenil. A pesar de todo, decidí dejarme la piel escribiéndolo a toda hostia. Lo mandé.

Y unas dos semanas después me llamaron para comprobar si iba a asistir a la entrega de premios del concurso.

Obviamente, yo no quería hacerme esperanzas, pero con cosas así es inevitable.

El día de la entrega, a la que yo tenía que ir porque había un acto a continuación en el que también debía estar, mi nombre fue el primero que resonó en la sala. Subí las escaleras casi con miedo, pero no. Ahí estaba. Mi relato, La chica volátil, un relato escrito a toda prisa y con los dedos agarrotados y con todo el cariño del que fui capaz, había ganado el tercer premio. Yo, que en comparación al resto de personas que subieron a continuación era una cría. Y que, por presuntuoso que parezca, probablemente era la más feliz de todos ellos.

Y es que casi había olvidado lo mucho que significaba escribir. No del todo, pero casi.

Ojalá que esa sensación, lo que significó para mí escribir, mandar, recoger La chica volátil en forma de premio y recompensa, no me deje olvidarlo jamás.


PD: estoy pensándome si dejaros por aquí el relato.
Se llama La chica volátil
y habla de una chica
que es incapaz de tener nada.
(Creo que ni siquiera a ella misma)


Gracias a las letras por estar siempre ahí.
(Si queréis leer La chica volátil podríais decirlo. Eso me animaría muchísimo a subirlo.)
Esta vez a ti, que lees esto. Con cariño, gracias.

30/11/2015

sábado, 31 de octubre de 2015

Me llaman octubre

Hoy voy a hablaros de octubre. El por qué es relativo, supongo que me ha parecido buena idea hablar de uno de los meses más mágicos de todos.
 
 Octubre es ese niño raro al que pocos quieren y al que no le importa. Viene un poco a hurtadillas, se esconde detrás de septiembre y de repente ya está ahí, ya ha llegado.
 Octubre sólo viene si no le llamas a la puerta pero te dejas las canciones a medias; y cómo no, si es el primer mes de otoño, y hoy me he dado cuenta de que el otoño no empieza a ser si aún no han caído las hojas ni el viento masculla tu nombre. Otoño, esa estación suicida que vive colgada de un puente y que llega despacio, y lo cambia todo; si otoño fuera algo más que un espacio de tiempo comprendido entre septiembre y diciembre, sería el acto de debatirse entre morir o dejar de vivir. Por algo se ha convertido en mi estación favorita.
  El viento aúlla pero ha abandonado su costumbre de golpear ventanas. Ahora su pasatiempo preferido es susurrarme tu nombre detrás de cada ráfaga y ha decidido levantarle la falda a mis miedos a ver qué encuentra debajo, y te está esperando.

(te
echo
de
menos.)

 Octubre ha sido llorar. Octubre ha sido encajar las clavijas allá donde las piezas eran demasiado endebles, ha sido enderezarme y levantarme de la cama y sonreír. Ha sido insomnio, noches sin ruido, poemas a oscuras y libros ocultos. Ha sido un viaje a la parte más bonita del corazón (si mío o tuyo, eso ya no es cosa mía). Octubre ha sido bailar pegada al andén, recorrer a la inversa el camino hacia lo que siempre han llamado destino pero nunca ha sido lo que quise. Octubre ha sido tanto que no puede ser más allá de lo que ya es; pero le han faltado cosas. Dejémoslo en que ha sido, que ya es bastante.
 
Sé que es corto,
no doy para más últimamente
pero tengo noticias bonitas;
ya os las daré en cuanto pueda.
Gracias.
31/10/15.

miércoles, 30 de septiembre de 2015

''Fuego, siempre alrededor''

Siempre actualizo deprisa y corriendo y a final de mes y acabaré haciendo de las madrugadas de los días treinta mi bandera pero hoy no me apetece darle explicaciones a nadie. Ni a nada. Y os traigo poco, como siempre, así que para qué alargarse más.
 
 
 
 
Creo que el claqué siempre será uno de mis bailes favoritos si se baila encima de tus piras funerarias.
 
Recuerdo que de pequeña fui una vez a un parque de bomberos y nos explicaron que no era del fuego de lo que debíamos huir si había un incendio, sino del humo. Nos dijeron que el fuego es peligroso y que verlo era sinónimo de alejarse, pero que el humo tiene la bonita costumbre de entrar sin preguntar y se cuela por las rendijas y por debajo de las puertas y que al principio no lo notas pero es capaz de asfixiarte en minutos.

Recuerdo aquella vez que era invierno y me desperté tosiendo, con toda mi habitación hecha humo. Recuerdo haber salido trastabillando y encontrar a mi padre en el comedor, abriendo las ventanas y cerrando la chimenea. Un tronco había logrado escapar de la prisión del cristal de la estufa y ardía plácidamente en medio del comedor con la serenidad de un gato. No recuerdo mucho más pero si recordara ahora probablemente recordaría que me desperté porque tenía los pies helados y no porque hubiera más gris que aire a mi alrededor. Bonita forma de morir. Intoxicación por gris, sobredosis de humo.

Así me siento ahora. Humo, humo por todas partes. (Fuego, siempre alrededor, y si es porque alguien olvidó que el fuego lo guardo yo, entonces tiene sentido que me asfixie de llevarlo dentro). Hoy no me despierto porque tenga los pies helados. Me despierto porque tengo el corazón frío y las manos torpes y porque las pesadillas nunca han sido lo mío. Y el fuego sigue dentro y yo ardo, ardo, estoy ardiendo. Lenta, dolorosamente, desde dentro de los párpados y la mitad del pecho. Mis manos son ceniza. Pronto seré humo.

Ojalá me cuele por tus rendijas. Ojalá me veas arder y trates de huir pero yo sepa entrar por debajo de la puerta, como hace el humo, como hacen los recuerdos de los que nadie escapa.

Y ojalá te asfixies conmigo.
 
Gracias, supongo.
 
30/09/15.

lunes, 31 de agosto de 2015

1999 (Cartas a la niña imantada con remitente imbécil)

Últimamente estoy hecha mierda, así que os traigo mierda. Esta es una entrada cutre, que no es ni para vosotros ni para mí y que tampoco está realmente bien. Os jodéis. Bueno, me jodo yo pero qué más da.

Os voy a contar un secreto. No es que esté hecha mierda, es que paso de la felicidad al hastío en cuestión de segundos y ni siquiera yo me aguanto. Y, para colmo, tengo una historia que escribir (varias, en realidad) y nada de inspiración.

Y a pesar de todo siguen habiendo cosas que valen la pena, ahora más que nunca.

Esta es la carta que alguien imbécil y que no supiera explicarse le escribiría a la niña imantada.
(Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.)


          1999; a la niña imantada.

Me dijiste "cúrratelo" y creo que tienes razón, que 140 caracteres no son suficientes.
De todas maneras, esto tampoco va a serlo, así que lo siento pero no doy para más.

El caso es que aquí deberían ir cosas que tú no sepas y siempre haya querido decirte pero ¿qué voy a decirte que no sepas ya? Vamos a saltarnos las normas una vez más. Me la sudan.

Así que esto es, lo primero de todo, un gracias. Es un gracias que no es suficiente, un gracias un poco improvisado, a medias, porque al fin y al cabo no es más que píxeles y luz artificial y miles de millones de ceros y unos alineados en fila. Y, por grande que sea, por mucho que eso signifique (que, ya te lo digo yo, significa mucho), nunca se comparará a verte aparecer en una estación de tren con la felicidad colgando del hombro. Jamás.

(Pero también voy a confesarte cosas.

Te echo de menos.

Pero no te echo de menos como se suele echar de menos, a ratos y con prisa, como suele hacer la gente de normal. Cuando alguien dice ‘’te echo de menos’’ eso suele significar que se ha acordado de ti en algún momento de las veinticuatro horas de su largo día lleno de otras miles de cosas. Y por eso, cuando se echa de menos así, al final el resto de otras miles de cosas acaba engulléndolo.

Así echa de menos la gran mayoría de personas durante toda su vida. Y no es malo, para nada, porque es la forma más sencilla y más fácil de sobrellevarlo.

Pero no es así como te echo yo de menos.

Yo te echo de menos siempre. Todo el rato. Continuamente. A veces casi me olvido de ello y es como la música de fondo, que ni la escuchas ni la dejas de escuchar; ahí está. Es un sentimiento parecido al deje amargo del café del fondo de la cafetera, ese café oscuro que aunque te haga hacer muecas te tomas de todas formas porque, joder, es café. Y cuando te echo de menos, es un echar de menos raro, que desaparece por un rato pero no desaparece en realidad y que cuando menos te lo esperas te golpea en el pecho con todas sus fuerzas y te tumba porque es imposible que todo eso te quepa dentro. Pesa demasiado. Te hace hundirte, caer. Porque ¿cómo vas a saber lo que es caer, si nunca has estado arriba? Y duele. Ostia que si duele. Pero, a la vez, no lo cambiaría en un millón de años. Sé que sabes lo que quiero decir porque eres capaz de entenderme como nadie a veces.

No voy a mentirte. Me da miedo echar de menos así. Me da miedo tener tanto miedo de todo. Me das miedo tú, niña imantada, y lo que más miedo me da de todo es hacerte daño yo. 

Pero creo que merece la pena arriesgarse.)

Tengo muchas más cosas que decirte.
Lo siento, supongo.
Te quiero, imbécil.
 
 
 
Esto ha sido todo por hoy y por agosto.
Espero que cuando no tenga tiempo la inspiración vuelva.
Porque se está pasando de la raya.
 
Gracias por aguantarme.
 
31/08/15.

jueves, 30 de julio de 2015

"Habrá que inventarse una salida"

Espero que estéis pasando un buen verano porque yo creo que voy a morirme un día de estos y no voy a lamentarlo.
Menos mal que en agosto vienen cosas bonitas.
Que disfrutéis de lo poco que os doy.
         




           Me da igual, pero no me da igual.

Esa frase lo resume más o menos todo.

¿Has jugado alguna vez a clavarte cuchillos a ver cuántos podías aguantar sin desangrarte? Pues así bailo yo con los recuerdos cuando deja de sonar el vals.

El gramófono es gris, gris cristal y hace tiempo que no veo la lluvia caer al otro lado de la calle. El vinilo suena, suena, suena, se desgasta en vueltas interminables que a veces duran más de una vida y otras una décima de segundo mientras el reloj se burla de mí. Y qué voy a decir yo, si soy feliz, tu juego me ha dejado así. Me sacaste los ojos, me hundiste los párpados, dejaste las yemas de mis dedos en carne viva y ahora no puedo golpear las teclas del piano sin clavármelas hasta el fondo del alma. Desapareciste, como la lluvia, y ojalá que no vuelva a saber nada más de ti pero haya tormenta mañana porque ayer se me rompió mi paraguas favorito. Cómo no quieres que sea feliz. Con los ojos cerrados todo parece lo mismo. Con los ojos cerrados es más fácil vivir y más simple soñar. Al final tendré que agradecerle a los cuervos que me dejaran criarlos porque estaba muriendo de ganas de que me cegaran a picotazos. Que ahora me sobrevuelen los buitres es un efecto colateral, supongo. Se arremolinan sobre mi cabeza y vuelan en círculos, descienden lentamente como nubes de inquietudes de las que no puedo escapar. Quizá no llueve nunca por eso, porque no hay espacio sobre mí para llorar.

Tampoco hay espacio dentro de mí para tus recuerdos, pero me niego a tirarlos a pesar de que ellos odian los barrotes. Es así como crecen, crecen, crecen, se aplastan contra mis paredes buscando destrozarlas, ansiando un espacio libre, un exterior que los acompañe por fin. Yo no quiero dejarlos salir. Es una batalla a muerte entre los recuerdos y yo porque si ellos se quedan yo gano pero si acaban reduciendo mis muros a cenizas qué me queda sino la deriva.

Aunque, quién sabe. Aún hay quien dice que hay esperanza en la deriva.

Ojalá que el destino sólo me tome las medidas para hacerme un traje de fiesta y para nada más. Ojalá que ese traje no sea el de mi funeral.

Hay tantos ojalás que ojalá no se cumplan nunca que las mariposas se han convertido en orugas (y vuelta a empezar, siempre vuelta a empezar)
 
(el ciclo no se acaba nunca)
 
 
 
 
Un poco más que de costumbre,
pero menos de lo que debería.
A ver si a la próxima me dejo de tonterías.
 
Al final la racha está durando bastante.
 
De todas maneras sigo teniendo cosas bonitas.
 
Gracias.
 
PD: Esta entrada está dedicada al anónim@
-no tan anónim@-
que leyó Marina y se sentía igual de vací@ que yo.
Mil gracias, porque es por gente como tú que este blog existe.
(No quiero cagarla porque me hablaste en anónimo,
(por eso tampoco he respondido)
pero si alguna vez quieres hablar conmigo no dudes en decirme algo.
Creo que nos caeríamos bastante bien)
Dedicarte la entrada es mi pequeña manera de devolverte el favor.
 
Ahora sí, hasta la próxima.
 
30/07/15.
 
 

martes, 30 de junio de 2015

¿El fin del mundo ha hecho noche allí?

Cada vez os vengo con menos. Por esa regla de tres, deberíais odiarme más.
En fin. Ahora que tengo tiempo libre duermo menos. Eso lo resume más o menos todo.
No sufráis mucho, hacedlo por mí.
 
 
 
 
 
Tengo la sensación de hacer claqué sobre tu alambre, de bailar al son de tus títeres de soledad. He buscado en la piel de las serpientes hasta arrancarme las uñas, no he leído mi libro favorito en dos semanas por no desangrarme. Hablo con desconocidos que entienden más de mí que yo misma.
Vetusta suena, pero no engaña. Todos se han dormido y yo sigo aquí, escribiendo, esperando que no estés. El cielo hace mucho que no llora y oigo a los aviones pasar en vuelo raso sobre nuestras cabezas. Pienso que lo mejor fue dejarnos pero ojalá hubieras tenido el valor de recogernos, porque ahora sólo escribo a lo que pudo ser y no fue y, joder, cómo duele. Mentiría si dijera que me obligo a escribirte, mentiría si dijera que lo prefiero a pasear por ahí mientras todos duermen sin sueños pero me han cerrado a puerta de la calle y me he tragado la llave por accidente. 
Los grajos nos sobrevuelan. Pronto seremos cadáveres.
Pero, ay, qué bonitos huesos seremos cuando nos arranquen la piel a tiras.
Estoy deseando empezar.
 
 
Este calor me apisona.
Mira que creía que era difícil hacerlo peor.
Espero que esta racha no me dure.
Una vez más y por encima de todo,
Gracias.
30/06/2015.

sábado, 30 de mayo de 2015

''Y a veces pienso que es un don olvidar.''

Hoy he leído un párrafo que decía que "Hay cicatrices que se rebelan para regresar a su condición primera: heridas" y, joder, es extraño que un párrafo de un libro que nunca he leído y del que no tengo idea de quién es el autor me llegue más adentro que la carne y los huesos. Siento esa frase en las fibras de los músculos y en la cara interna de las rodillas. La siento en las uñas mordidas y en el callo del anular que tengo de escribir. Escribirte. Describir. Gritar. Palabras que se fusionan en un mismo significado final, después de todo. Quién iba a decirme a mí que viviría del miedo. Como dice Vetusta, ''El valor para marcharse, el miedo a llegar'' y es que nunca he querido volver, pero no porque mis recuerdos sean pesadillas, sino porque sino todo fue demasiado irreal. Es como cuando te compras la libreta más bonita del mundo pero no la usas para no estropearla; algo así pasa con tus pecas. Centrada en el gregarismo de tus venas, se me pasaron mil y una cosas por alto. Y no me arrepiento todo lo que debería.
El párrafo luego decía que "su frenesí no se conforma con retroceder un ciclo; quieren el acto nuevamente". Ojalá hubiéramos tenido algo que volver a querer. Supongo que hay cosas que dejan de tener sentido. Ahora encajan un poco más en mi vida.
 
No es mucho,
pero es lo que hay.
Demasiadas turbulencias,
y pocas buenas.
(Aunque siempre hay algo bueno,
ya sabéis,
y si no, tranquilos,
eso es que sois como yo.
No estáis solos en el mundo)
 
Gracias.
 
30/05/2015
 


viernes, 1 de mayo de 2015

''Marina, te llevaste todas las respuestas contigo''

Dije una entrada al mes y será una al mes aunque tenga que vomitar mi alma en cada verso que te escriba y en todas las canciones en las que te escuche. Escribo esto corriendo, desordenado, en paralelo a mi vida y a todas las cosas que no somos y que pudimos ser. Hace frío y me acristala las entrañas, y mis mariposan aletean con las alas empañadas de hielo como el séquito fúnebre en un entierro que se dispone a morir. Hace dos semanas leí Marina y aún no me siento capaz de hablar de ella ni de escoger una parte en separado del libro y gracias a ella he empezado a entender por qué no sé resumir pero sé señalar. No tiene sentido cortar un fragmento de algo porque nunca vas a poder capturar la esencia entera de ese algo que cortas y es entonces cuando las cosas pierden sentido. Es por eso que, ahora que me he dado cuenta de que vivo a trozos, tengo la sensación de que no vivo porque vivo todo el rato y no me entiendo ni yo. Y si yo no lo hago, ¿quién va a querer entenderme? Seamos realistas, a nadie le interesa conocer a mis manías. Que una vez alguien me dijo que a la gente se la quiere por sus defectos y entonces no lo entendí y ahora lo entiendo cuamdo el reloj da las ocho por tercera vez los viernes. Y hoy es un martes camuflado de jueves camuflado de viernes, y es el último día de abril. Y quedan veinte minutos hasta que sean las doce y sea mayo y nunca me ha gustado el viento de mayo.

 
Si alguien lee esto, por favor, que no me odie.
Hoy no hay gracias.
 
30/04/2015

lunes, 30 de marzo de 2015

Aniversarios y plazos al límite. (una radio encendida y un silencio inhumano)


Dije que subiría una entrada al mes y pienso cumplirlo aunque sea a mi estilo: apurando el plazo hasta el último segundo. No tengo mucho que contaros, he estado tremendamente estresada con cosas reales y aburridas, pero he tenido tiempo para participar en el maravilloso taller de Literautas del que ya os he hablado alguna vez. Esta ocasión, la condición era una radio encendida. Yo decidí hacerlo un poco más dramático. Supongo que refleja mi humor actual.

Antes de poneros el texto, quiero usar este espacio para un par de cosas que considero importantes. Hoy es el cumpleaños de Van Gogh (felicidades, genio) pero también lo es de alguien mucho menos conocido. Felicidades. No voy a dar nombres, ni siquiera creo que llegue a ver esto (pero si lo ves, date por aludido. Dejo como pista Lullaby, de The Cure). Aun así, quiero dedicarle la entrada de hoy. Gracias.

Interferencias


Hay una vieja habitación en un piso no muy lejos del centro de la ciudad. Si pudieras mirar dentro verías que está atestada de cosas, de ropa usada arrinconada y cajas llenas de cachivaches que nadie usa. Hay una radio antigua que parece que despotrique contra el mundo del ruido que hace cuando funciona, y está encendida, retrasmitiendo algún programa de radio de la tarde. Hay una foto gris que ya apenas se distingue colgada en un marco, las dos siluetas borrosas, el mar de fondo. Las sábanas están deshechas, arrumbadas de cualquier manera en una esquina de la cama, y aunque la ventana esté abierta hay una niebla asfixiante que se condensa dentro de la habitación y casi impide respirar.
La habitación es del viejo Gabriel, aunque claro, tú no podrías saberlo. Hace ya que su esposa se fue, dejándole solo en este mundo de desgraciados; todo cuanto le queda de ella es la silueta borrosa en una fotografía, dos cadenas de oro y plata y una vieja botella de vozka que aún destapa para oler cuando la echa mucho de menos (lo cual es a menudo, por cierto)


 Hay un paquete de cigarros recién abierto, a pesar de que le han prohibido que fume. Tampoco hay manera de que lo hubieras averiguado, pero su hija, una hipocondríaca redomada, le llevó al médico a la edad de 70 porque a pesar de estar perfectamente, recién cumplidos comenzó a decirle "te veo como más flojucho, papá, ¿estás tomando las pastillas? Quizá no funcionan. Quizá deberíamos ir al médico" y con esa cantinela, al final acabó cediendo. Ojalá no lo hubiera hecho nunca, porque allí aquel matasanos insufrible le diagnosticó de más enfermedades de las que había oído hablar en la vida. Hiper no se qué, déficit de lo otro, riesgo de aquello de más allá. Él quiso irse de la consulta pero su hija no le dejó levantarse y, con aire preocupado, comenzó a hablar con aquel esperpento sobre qué debían o no hacer mientras Gabriel le decía que no era necesario, que estaba bien.


 Entonces llegaron las listas.


 Listas interminables. Primero fue el tabaco; nada de fumar, era malo para los pulmones. Gabriel, que llevaba la vida entera en el campo y tenía un pecho de acero, se rió. A la semana no quedaba un solo paquete a su alcance (y si compraba se lo tiraban). Se desesperó. Entonces le quitaron el café y la cerveza. Tensión muy alta, dijeron, aunque él nunca había tenido ni siquiera que comprobarse el pulso. Luego fueron sus tomates del campo, y más tarde todo lo que creciera allí. La ternera. El vino tinto. El queso fuerte. Las berenjenas. Y, por último, la radio.


 Gabriel se enfureció. Llevaba desde que tenía conciencia escuchando aquel cacharro. Se la ponía todas las tardes al menos de cuatro a cinco, procurando no perderse los mejores programas. Le recordaba a sus tiempos de mozo y le ayudaba a despejarse la cabeza de una manera extraña, como un sofá viejo y usado en el que te tiras con gusto porque tienes un hueco hecho en él.


 Ni siquiera supo por qué. No quiso saberlo; sabía que sería falso, una nueva excusa rastrera del matasanos. Cuatro tardes más adelante robó la radio del trastero, hurtó unos cigarrillos a su hija y se bebió entera la botella del vozka de su mujer. Sujetando la fotografía contra su pecho, la radio a todo volumen, suspiró al abrir su ventana.


-Adiós, vieja amiga- Dijo mirándola, con una ternura infinita en el rostro.


 Encontraron el cuerpo del viejo tres horas más tarde reventado contra el pavimento de la acera. Sonreía. Cinco pisos más arriba, la vieja radio barboteaba el programa de la tarde. Era su emisora favorita.





Todo por hoy. (apurando)
 
 
 
Gracias por leerme-aguantarme-.
 
aunque hable de cosas sin sentido
 
que sólo funcionan dentro de mi cabeza.
 
(y por escribir relatos de ancianitos
 
asqueados de vida sin vida)
 
Una vez más; va por ti.
 
 
Gracias.
 
30-03-15.

viernes, 27 de febrero de 2015

Se oscurece noviembre (y mi corazón, a veces). Feliz febrero.

Creo que ésta es mi manera de devolverle el significado a las palabras momentáneo, fugaz, no, espera y siente.

Cuando esto se publique, hará tiempo desde que lo he escrito. Dos semanas, al menos. No lo recuerdo con claridad. (Vamos, como siempre)

Cuando esto se publique, espero haber cambiado. Cuando esto se publique, espero no haber cambiado.

Cuando esto se publique, espero que esto mismo que (te) escribí ya no tenga sentido. (No, la verdad es que no. Da igual. No quiero pensar en ello. Últimamente me duele la cabeza)


Se oscurece noviembre.


Llueve, pero las gotas no mojan la acera. Llueve una lluvia vertical, que asciende hacia el cielo en columnas de humo. Miro por la ventana y pieno que si la lluvia se tradujera en recuerdos éstos serían todos los no nacidos, aquellos que pudieron existir y a los que nunca les dimos la oportunidad de nacer.

(Aún no sé el porqué, y lo busco, créeme)

Las luciérnagas huecas de noviembre te buscan. Yo te echo de menos. Hemos hecho causa común pero aún no sabemos de qué va el juego. Nunca nos han interesado las reglas porque somos más bien de torcerse en los instantes que valen la pena.

Aún me doblo al escribir en folios en blanco. Ya ves, nunca he sido capaz de seguir líneas rectas. Sólo escribo recto si estoy midiendo los versos, y aun así se inclinan ligeramente hacia la izquierda, como los ángulos que forman tus venas.

Y a veces te pasas, y yo tengo miedo de pasarme también, porque como dice Remus, si la vida es un vals y lo bailan dos, uno de ellos tiene que llevar el ritmo, es imposible que funcione si ambos se  dejan llevar. Y yo lo escucho, y sólo se me ocurre pensar que si tiene razón lo llevo jodido, porque nunca he sido de llevar el compás. Ni siquiera de bailar.
 
Y cómo voy a bailar si tengo dos pies izquierdos y la mente puesta en ti.

En ocasiones quiero comerme el mundo, otras siento que me come a mí, pero tú nunca estás ahí para reemplazarlo. Ya sabes, no me importaría que fueras tú el que me comiera a mí, sin dejar ninguna migaja por el camino para que no haya riesgo de encontrar el sendero de vuelta a mí misma, pero dudo que al final suceda. Creo que ha llegado la hora de mudar de piel y, como hacen las serpientes, devorar la antigua para completar el ciclo, (que es lo que haré si no apareces, estoy decidida a hacerlo.)
 
No te hagas de rogar. Nunca se me han dado bien las despedidas.
 


Me estoy acostumbrando a subir este tipo de cosas.
No sé si es bueno o malo.
(Para vosotros, digo,
que para mí lo malo es no escribirlo)
No sé si os habéis percatado
(probablemente no)
de que es la segunda entrada de febrero.
Van tres en dos meses.
Este año quiero arrasar.
 
 
 
Si has llegado hasta aquí,
 
busca el por qué.
 
Me gustaría conocer
 
a tus luciérnagas.
 
(cada día estoy peor
 
y no me quejo)

Gracias.

27-2-15.

domingo, 15 de febrero de 2015

Tiene gracia que escriba esto cuando hoy he visto Kamikaze.

me hundo, me hundo, me hundo, me hundo.

Escribo esto directamente desde el blog. Ya no me importa qué será lo que saldrá de aquí. Necesito escribir. Ya es lo único que me salva.

Noto un mar detrás de mis orejas. Me hundo hasta los párpados en esta marea negra. No sé si quiero despertar. Me duelen los omóplatos, y las ganas. Me duelen los recuerdos y los no podrás.

No sé, nunca sé. Y a veces espero y me siento mal y a veces no espero y me siento peor pero de sirve esperar si no hay nada que vaya a venir.

Que qué va a venir, siendo yo.

Desgracias.

No sé por qué me doy oportunidades si sé que voy a fallar. Será que soy masoca. Será.

Si de normal no sé que decir imagínate cuánto me asusto cuando me inudan las palabras.

Las vomito en oleadas. Nunca acaban. Parece que a las luciérnagas de mi estómago les guste fabricarlas. Creo que debería echarlas, pero están demasiado cómodas, pobrecitas. Al menos que encuentren un lugar en el que vivir, si de todas maneras,  por un peso más en la boca del estómago no me voy a morir.

Odio mi incontinencia verbal -y emocional-.

No sé si echo de menos la poesía o es un echar de menos de disparar el gatillo para no echar de menos. Sé que no me explico. No quiero que me entendáis.

Hay poca gente que quiero que me entienda. De esa poca, apenas nadie lo hace.

También sé que me voy a arrepentir de publicar esto. Al menos así tendré algo de lo que arrepentirme.

Hoy quiero hacerme un ovillo
Y no desenredarme hasta encontrar mis nudos.


Hoy no son gracias, son desgracias.
14-02-2015.


viernes, 23 de enero de 2015

''¿Capaz o incapaz?'' Sí, felicidad momentánea de nuevo.

Lo sé, he tardaaaado.

Sé que ésta es la primera entrada del 2015 y que hace bastante que debería haber actualizado pero bueno, sabéis cómo soy. No os sintáis engañados; es poesía, y por tanto hay menos texto, pero el sentimiento es el mismo (ahora venid y rebatídmelo, jhá).
Sinceramente no sabía qué subir. Esto lo escribí en una clase de historia increíblemente aburrida, con la cabeza en ninguna parte. Espero que os guste y espero subir pronto algún texto medianamente decente. Ésta me gusta, a pesar de que es cortita. No sé.

Advertencias

Si nunca has visto Jeux d'enfants (Quiéreme si te atreves en el doblaje español) no entenderás qué es ser un flan, ni un tirano, ni lo que representa la caja. Srry nt srry. Esto lo escribo mucho más para mí que para vosotros, así que es lo que hay. Os sigo queriendo igual, pero deberíais verla.

Además, como suele pasar con lo que escribo, fuera de mi cabeza no tiene mucho sentido. Pero es estético. Casi. (qué bien me vendo, oye)

Mírame si te atreves (jeux de yeux).

He esperado y esperado.
He quemado
mis cartuchos
y a cañones recortados
he atacado el fin del mundo.

He aguardado y es en vano.
Nunca supe usar un dado
más allá de ser tirado.

Yo soy flan, y tú tirano,
nuestra caja es el mirarnos.

Cap, pas cap? Decía el juego
y a saber si soy capaz
prometí cumplir el reto
pero no puedo aceptarlo
si no empiezas tú primero

Y nunca empiezas.

He añorado hasta la guerra;
mis granadas (indirectas)
siempre caen en tierra yerma.

He arrastrado mi corona.
Ya no tengo voz ni boca.
Sólo espero
a que regreses.

(Ven, regresa).



Y esto es todo por hoy.
Sí, una nueva -momentánea-
racha de felicidad.
Espero que no se note demasiado.
No sé, a veces soy así.
Os dejo una de las frases
más bonitas y absurdas
de toda la historia.
(al menos me gustó)
~T'apprends à devenir un tyran
 et moi un flan~



Si has llegado hasta aquí,
 
te toca la caja.
 
Eso significa que es tu turno,
 
(de qué, eso ya es cosa tuya)
 
Gracias.


23-01-15.