Aparezco por aquí de vez en cuando y probablemente os asuste. La continuidad, la regularidad y la homogeneidad hacen gala de su ausencia por aquí y yo tampoco las invito a que vengan porque no suelen caerme bien. O yo a ellas. Anyway.

lunes, 30 de marzo de 2015

Aniversarios y plazos al límite. (una radio encendida y un silencio inhumano)


Dije que subiría una entrada al mes y pienso cumplirlo aunque sea a mi estilo: apurando el plazo hasta el último segundo. No tengo mucho que contaros, he estado tremendamente estresada con cosas reales y aburridas, pero he tenido tiempo para participar en el maravilloso taller de Literautas del que ya os he hablado alguna vez. Esta ocasión, la condición era una radio encendida. Yo decidí hacerlo un poco más dramático. Supongo que refleja mi humor actual.

Antes de poneros el texto, quiero usar este espacio para un par de cosas que considero importantes. Hoy es el cumpleaños de Van Gogh (felicidades, genio) pero también lo es de alguien mucho menos conocido. Felicidades. No voy a dar nombres, ni siquiera creo que llegue a ver esto (pero si lo ves, date por aludido. Dejo como pista Lullaby, de The Cure). Aun así, quiero dedicarle la entrada de hoy. Gracias.

Interferencias


Hay una vieja habitación en un piso no muy lejos del centro de la ciudad. Si pudieras mirar dentro verías que está atestada de cosas, de ropa usada arrinconada y cajas llenas de cachivaches que nadie usa. Hay una radio antigua que parece que despotrique contra el mundo del ruido que hace cuando funciona, y está encendida, retrasmitiendo algún programa de radio de la tarde. Hay una foto gris que ya apenas se distingue colgada en un marco, las dos siluetas borrosas, el mar de fondo. Las sábanas están deshechas, arrumbadas de cualquier manera en una esquina de la cama, y aunque la ventana esté abierta hay una niebla asfixiante que se condensa dentro de la habitación y casi impide respirar.
La habitación es del viejo Gabriel, aunque claro, tú no podrías saberlo. Hace ya que su esposa se fue, dejándole solo en este mundo de desgraciados; todo cuanto le queda de ella es la silueta borrosa en una fotografía, dos cadenas de oro y plata y una vieja botella de vozka que aún destapa para oler cuando la echa mucho de menos (lo cual es a menudo, por cierto)


 Hay un paquete de cigarros recién abierto, a pesar de que le han prohibido que fume. Tampoco hay manera de que lo hubieras averiguado, pero su hija, una hipocondríaca redomada, le llevó al médico a la edad de 70 porque a pesar de estar perfectamente, recién cumplidos comenzó a decirle "te veo como más flojucho, papá, ¿estás tomando las pastillas? Quizá no funcionan. Quizá deberíamos ir al médico" y con esa cantinela, al final acabó cediendo. Ojalá no lo hubiera hecho nunca, porque allí aquel matasanos insufrible le diagnosticó de más enfermedades de las que había oído hablar en la vida. Hiper no se qué, déficit de lo otro, riesgo de aquello de más allá. Él quiso irse de la consulta pero su hija no le dejó levantarse y, con aire preocupado, comenzó a hablar con aquel esperpento sobre qué debían o no hacer mientras Gabriel le decía que no era necesario, que estaba bien.


 Entonces llegaron las listas.


 Listas interminables. Primero fue el tabaco; nada de fumar, era malo para los pulmones. Gabriel, que llevaba la vida entera en el campo y tenía un pecho de acero, se rió. A la semana no quedaba un solo paquete a su alcance (y si compraba se lo tiraban). Se desesperó. Entonces le quitaron el café y la cerveza. Tensión muy alta, dijeron, aunque él nunca había tenido ni siquiera que comprobarse el pulso. Luego fueron sus tomates del campo, y más tarde todo lo que creciera allí. La ternera. El vino tinto. El queso fuerte. Las berenjenas. Y, por último, la radio.


 Gabriel se enfureció. Llevaba desde que tenía conciencia escuchando aquel cacharro. Se la ponía todas las tardes al menos de cuatro a cinco, procurando no perderse los mejores programas. Le recordaba a sus tiempos de mozo y le ayudaba a despejarse la cabeza de una manera extraña, como un sofá viejo y usado en el que te tiras con gusto porque tienes un hueco hecho en él.


 Ni siquiera supo por qué. No quiso saberlo; sabía que sería falso, una nueva excusa rastrera del matasanos. Cuatro tardes más adelante robó la radio del trastero, hurtó unos cigarrillos a su hija y se bebió entera la botella del vozka de su mujer. Sujetando la fotografía contra su pecho, la radio a todo volumen, suspiró al abrir su ventana.


-Adiós, vieja amiga- Dijo mirándola, con una ternura infinita en el rostro.


 Encontraron el cuerpo del viejo tres horas más tarde reventado contra el pavimento de la acera. Sonreía. Cinco pisos más arriba, la vieja radio barboteaba el programa de la tarde. Era su emisora favorita.





Todo por hoy. (apurando)
 
 
 
Gracias por leerme-aguantarme-.
 
aunque hable de cosas sin sentido
 
que sólo funcionan dentro de mi cabeza.
 
(y por escribir relatos de ancianitos
 
asqueados de vida sin vida)
 
Una vez más; va por ti.
 
 
Gracias.
 
30-03-15.