Aparezco por aquí de vez en cuando y probablemente os asuste. La continuidad, la regularidad y la homogeneidad hacen gala de su ausencia por aquí y yo tampoco las invito a que vengan porque no suelen caerme bien. O yo a ellas. Anyway.

martes, 28 de octubre de 2014

Reutilización de textos y avisos recortados.


¡Hey! He estado ausente, pero si soléis venir por aquí ya sabéis que es lo que hay conmigo.

Bueno, al grano; creo haber manifestado ya mi creciente amor hacia la página Literautas, una web fantástica en la cual el amor por la escritura es más que evidente. El texto que viene a continuación ha participado en el taller del mes de octubre (lo recomiendo fuertemente) y bueno, aquí lo reutilizo. Que os guste.

Respecto a los textos como la entrada de septiembre, pienso subir más regularmente, en serio. Sólo es que he tenido un pequeño contratiempo y no he podido subir el correspondente a este mes. Sorry.

.

.

De reminiscecias y la tecnotrónica


-¿Dónde están los niños?- Pregunta, y es una pregunta más retórica que cazadora de una respuesta, aunque la encuentra igualmente cuando su compañero aparece.

-Ya sabes, en el porche- Dice encogiéndose de hombros el profesor que Magdalena cree que da música. Es nuevo en el colegio, de hace unas semanas si mal no recuerda; un sustituto jovenzuelo mientras la anterior profesora completa su baja por embarazo. Quizá por eso lo observa todo con esa curiosidad, con ese ahínco de memorizar el patio; ella ha estado el suficiente tiempo allí como para verlo con los ojos cerrados, y es la experiencia la que le dice que esta es la primera vez que su contiguo da clases en un colegio sin otro apoyo que el de sí mismo, a pesar de haber contestado como si la respuesta fuera obvia, en un afán innecesario de adaptarse al ambiente.

En realidad, es bastante sencillo; se abre hacia tres frentes desde la puerta del edificio, en un terreno vulgar y cuadrangular. A un lado las pistas, la red de tenis precariamente colocada y con un agujero bien visible entre los nudos a la derecha. En el resto del terreno crecen árboles cercados por círculos de piedras en la gravilla y en el cuadrado de viejo cemento donde se apiñan los niños para formar las filas se vislumbran perrogatos a color y, sospecha, sin estrenar, a pesar de que hace dos años que los pusieron. Son más de decoración que de otra cosa, aunque debe admitir que quedan muy bien.


Avanzan con lentitud; son los encargados hoy de custodiar el patio, aunque por lo que se ve es prácticamente innecesario. Hablan vagamente de cosas vanas, de los alumnos que no han venido a clase (él lleva a los alumnos de su tutoría) pero no está escuchando realmente. Dobla la esquina con precaución, con la esperanza de que el panorama sea radicalmente distinto que el día anterior. Recuerda, porque ha estado allí muchos años, que cuando tenía la edad de su conlindante el ruido alcanzaba un nivel cinco, seis veces mayor. Risas y gritos, chillidos en busca de atención y tizas y bolas de papel con un poder arrojadizo increíblemente emergente. La vida abriéndose camino, pequeñas mentes codiciosas en busca de conocimientos y más conocimientos. Tiene la esperanza de que todo vuelva algún día a ser lo que era antes.


Pero no. Y es que cuando el porche queda a la vista, antes oculto por el ángulo del edificio escolar, todo lo que puede verse es un gran cúmulo de alumnos apiñados como abejas en la colmena. Como ellas, zumban y bisbisean al unísono con sus móviles; parpadean con rapidez jugando con las videoconsolas que emiten melodías pegadizas cada vez que aprietan los botones, es decir, a cada instante. Magdalena pasea la vista y apenas ve tres alumnos jugando en los columpios; a excepción de ellos, los ojos de los demás están febrilmente conectados a las pantallas de los dispositivos, bailando rápidamente en el intento de no perder de vista las composiciones de los píxeles. Ella echa un vistazo a su compañero (¿Rafa?) con la intención involuntaria de comentar algo, hablar de la vana pérdida de tiempo y de la capacidad de los niños sumergida en el pozo que son los dispositivos móviles, de cómo el patio es silencioso cuando antes el caos lo dominaba y de cómo lo echa de menos, así como echa de menos la imaginación que ahora les falta a sus alumnos y que suplen con fragmentos de acciones de videojuegos. Pero la pregunta muere a medio camino entre los labios y las intenciones. Su compañero mira fijamente la pantalla de su teléfono, tecleando a toda velocidad.


-¿Perdona, qué decías?- Dice distraídamente, sin despegar los ojos del móvil.


Ella suspira y se da la vuelta para volver.


-No he dicho nada.
 
¿Hey, me habéis echado de menos?
Tranquilos, no hace falta que mintáis. No os obligo.
Aunque podríais.
 
Si has llegado hasta aquí
significa que aún hay alguien que me lee.
Por lo tanto, hay alguien a quien,
mínimamente, le interesa la ilusión que pongo en esto.
Gracias. Es algo bonito.
(Y mira que odio ponerme cursi)
 
 
28-10-14.