Aparezco por aquí de vez en cuando y probablemente os asuste. La continuidad, la regularidad y la homogeneidad hacen gala de su ausencia por aquí y yo tampoco las invito a que vengan porque no suelen caerme bien. O yo a ellas. Anyway.

lunes, 31 de agosto de 2015

1999 (Cartas a la niña imantada con remitente imbécil)

Últimamente estoy hecha mierda, así que os traigo mierda. Esta es una entrada cutre, que no es ni para vosotros ni para mí y que tampoco está realmente bien. Os jodéis. Bueno, me jodo yo pero qué más da.

Os voy a contar un secreto. No es que esté hecha mierda, es que paso de la felicidad al hastío en cuestión de segundos y ni siquiera yo me aguanto. Y, para colmo, tengo una historia que escribir (varias, en realidad) y nada de inspiración.

Y a pesar de todo siguen habiendo cosas que valen la pena, ahora más que nunca.

Esta es la carta que alguien imbécil y que no supiera explicarse le escribiría a la niña imantada.
(Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.)


          1999; a la niña imantada.

Me dijiste "cúrratelo" y creo que tienes razón, que 140 caracteres no son suficientes.
De todas maneras, esto tampoco va a serlo, así que lo siento pero no doy para más.

El caso es que aquí deberían ir cosas que tú no sepas y siempre haya querido decirte pero ¿qué voy a decirte que no sepas ya? Vamos a saltarnos las normas una vez más. Me la sudan.

Así que esto es, lo primero de todo, un gracias. Es un gracias que no es suficiente, un gracias un poco improvisado, a medias, porque al fin y al cabo no es más que píxeles y luz artificial y miles de millones de ceros y unos alineados en fila. Y, por grande que sea, por mucho que eso signifique (que, ya te lo digo yo, significa mucho), nunca se comparará a verte aparecer en una estación de tren con la felicidad colgando del hombro. Jamás.

(Pero también voy a confesarte cosas.

Te echo de menos.

Pero no te echo de menos como se suele echar de menos, a ratos y con prisa, como suele hacer la gente de normal. Cuando alguien dice ‘’te echo de menos’’ eso suele significar que se ha acordado de ti en algún momento de las veinticuatro horas de su largo día lleno de otras miles de cosas. Y por eso, cuando se echa de menos así, al final el resto de otras miles de cosas acaba engulléndolo.

Así echa de menos la gran mayoría de personas durante toda su vida. Y no es malo, para nada, porque es la forma más sencilla y más fácil de sobrellevarlo.

Pero no es así como te echo yo de menos.

Yo te echo de menos siempre. Todo el rato. Continuamente. A veces casi me olvido de ello y es como la música de fondo, que ni la escuchas ni la dejas de escuchar; ahí está. Es un sentimiento parecido al deje amargo del café del fondo de la cafetera, ese café oscuro que aunque te haga hacer muecas te tomas de todas formas porque, joder, es café. Y cuando te echo de menos, es un echar de menos raro, que desaparece por un rato pero no desaparece en realidad y que cuando menos te lo esperas te golpea en el pecho con todas sus fuerzas y te tumba porque es imposible que todo eso te quepa dentro. Pesa demasiado. Te hace hundirte, caer. Porque ¿cómo vas a saber lo que es caer, si nunca has estado arriba? Y duele. Ostia que si duele. Pero, a la vez, no lo cambiaría en un millón de años. Sé que sabes lo que quiero decir porque eres capaz de entenderme como nadie a veces.

No voy a mentirte. Me da miedo echar de menos así. Me da miedo tener tanto miedo de todo. Me das miedo tú, niña imantada, y lo que más miedo me da de todo es hacerte daño yo. 

Pero creo que merece la pena arriesgarse.)

Tengo muchas más cosas que decirte.
Lo siento, supongo.
Te quiero, imbécil.
 
 
 
Esto ha sido todo por hoy y por agosto.
Espero que cuando no tenga tiempo la inspiración vuelva.
Porque se está pasando de la raya.
 
Gracias por aguantarme.
 
31/08/15.