Os voy a contar un secreto. No es que esté hecha mierda, es que paso de la felicidad al hastío en cuestión de segundos y ni siquiera yo me aguanto. Y, para colmo, tengo una historia que escribir (varias, en realidad) y nada de inspiración.
Y a pesar de todo siguen habiendo cosas que valen la pena, ahora más que nunca.
Esta es la carta que alguien imbécil y que no supiera explicarse le escribiría a la niña imantada.
(Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.)
1999; a la niña imantada.
Me dijiste
"cúrratelo" y creo que tienes razón, que 140 caracteres no son
suficientes.
De todas maneras, esto tampoco va a serlo, así que lo siento pero no doy para más.
De todas maneras, esto tampoco va a serlo, así que lo siento pero no doy para más.
El caso es que
aquí deberían ir cosas que tú no sepas y siempre haya querido decirte pero ¿qué
voy a decirte que no sepas ya? Vamos a saltarnos las normas una vez más. Me la
sudan.
Así que esto
es, lo primero de todo, un gracias. Es un gracias que no es suficiente, un
gracias un poco improvisado, a medias, porque al fin y al cabo no es más que
píxeles y luz artificial y miles de millones de ceros y unos alineados en fila.
Y, por grande que sea, por mucho que eso signifique (que, ya te lo digo yo,
significa mucho), nunca se comparará a verte aparecer en una estación de tren con
la felicidad colgando del hombro. Jamás.
(Pero también
voy a confesarte cosas.
Te echo de
menos.
Pero no te echo
de menos como se suele echar de menos, a ratos y con prisa, como suele hacer la
gente de normal. Cuando alguien dice ‘’te echo de menos’’ eso suele significar
que se ha acordado de ti en algún momento de las veinticuatro horas de su largo
día lleno de otras miles de cosas. Y por eso, cuando se echa de menos así, al
final el resto de otras miles de cosas acaba engulléndolo.
Así echa de
menos la gran mayoría de personas durante toda su vida. Y no es malo, para
nada, porque es la forma más sencilla y más fácil de sobrellevarlo.
Pero no es así
como te echo yo de menos.
Yo te echo de
menos siempre. Todo el rato. Continuamente. A veces casi me olvido de ello y es
como la música de fondo, que ni la escuchas ni la dejas de escuchar; ahí está.
Es un sentimiento parecido al deje amargo del café del fondo de la cafetera,
ese café oscuro que aunque te haga hacer muecas te tomas de todas formas
porque, joder, es café. Y cuando te echo de menos, es un echar de
menos raro, que desaparece por un rato pero no desaparece en realidad y que cuando
menos te lo esperas te golpea en el pecho con todas sus fuerzas y te tumba
porque es imposible que todo eso te quepa dentro. Pesa demasiado. Te hace
hundirte, caer. Porque ¿cómo vas a saber lo que es caer, si nunca has estado
arriba? Y duele. Ostia que si duele. Pero, a la vez, no lo cambiaría en un millón de años. Sé que sabes lo que quiero decir porque eres capaz de entenderme como nadie a veces.
No voy a
mentirte. Me da miedo echar de menos así. Me da miedo tener tanto miedo de
todo. Me das miedo tú, niña imantada, y lo que más miedo me da de todo es hacerte daño yo.
Pero creo que
merece la pena arriesgarse.)
Tengo muchas
más cosas que decirte.
Lo siento, supongo.
Te quiero,
imbécil.
Esto ha sido todo por hoy y por agosto.
Espero que cuando no tenga tiempo la inspiración vuelva.
Porque se está pasando de la raya.
Gracias por aguantarme.
31/08/15.
Me ha recordado al tipo de cosas que escribía en mi antiguo blog hace unos años, cuando cualquier cosa servía para vaciarme. Ahora intento guardarmelo, pero curiosamente era lo que más gustaba a la gente. Lo triste y real siempre gusta, aunque para nosotros solo sean pedazos.
ResponderEliminarArriba.
Son pedazos, pero todos estamos hechos de pedazos y muchos son preciosos. Esta entrada en especial es triste, sí, y también real, pero creo que, a pesar de ello, también es infinitamente feliz.
EliminarPD: (a la gente nos suele gustar el drama, tanto el propio como el ajeno)
Gracias ♡