Aparezco por aquí de vez en cuando y probablemente os asuste. La continuidad, la regularidad y la homogeneidad hacen gala de su ausencia por aquí y yo tampoco las invito a que vengan porque no suelen caerme bien. O yo a ellas. Anyway.

sábado, 28 de diciembre de 2013

El lápiz es más fuerte que la espada.2.

Antes de empezar, aviso. He decidido que el método de subida de esta historia será el siguiente; cada vez que pase un nuevo capítulo a su receptora original, es decir, a Myriam, a la que ya he mencionado antes, subiré el anterior capítulo escrito. Así, mientras ella lee el 3, vosotros leeréis el 2. Sé que es un tanto torturante tener la historia preparada y no subirla, pero me parece justo, ya que era a ella a quien estaba originalmente destinada la historia y además, así soy libre de revisarla con tiempo.
Y bueno estás aquí, gracias. Muchísimas gracias, en serio.
Os dejo el segundo capítulo. ¡Disfrutadlo! O sufridlo, vosotros decidís...


Capítulo 2.
Una llamada histérica horadó el aire, pero nadie se paró a escucharla. Las callejuelas estaban vacías. Lo intentó una vez más, desesperada, y se le quebró la voz.

Entonces Miriam intentó mover las piernas. Una, aunque fuera. Hizo toda la fuerza que pudo. La mole que tenía encima no se movió ni un ápice. Soltó varios tacos y trató de moverse de nuevo, tratando de no pensar en todos los posibles finales que tenía aquella historia, pero precisamente los más horribles acudían a su mente como si les fuera la vida en ello. Soltó otra tanda de improperios, cada vez más nerviosa. La sensación de aplastamiento, de asfixia iba creciendo gradualmente conforme las ideas, cada una más horripilante que la anterior, desfilaban por su mente que, curiosamente, también parecía no poder reaccionar. Se estremeció. Intentó de nuevo mover el tren inferior y la resistencia encima de su pierna derecha pareció ceder un poco. Pataleó un poco más, sintiendo que la presión cada vez iba desapareciendo más y podía subir la rodilla casa vez más arriba. Casi notó alivio.

Entonces una mano sujetó su pierna.

Gritó. No pudo evitarlo, estaba histérica a más no poder, totalmente bloqueada y cualquier cosa -daba un pánico horrible pensarlo, más si cabía- cualquier cosa podía pasarle. Tanteó rápidamente con la mano en busca de algo que pudiera ayudarla, salvarla de aquella pesadilla. Entonces notó algo que le pinchó la mano izquierda. Lo cogió y lo levantó. Pudo verlo perfectamente. Era su lápiz.

La mano avanzó un poco más.

Actuó por instinto. El puño casi silbó en el aire cuando dirigió el lápiz hacia el blanco más fácil y cercano que tenía. Notó cómo algo cedía bajo él y automáticamente el brazo sobre la pierna relajó la presión. Su cerebro ejecutó rápidamente la regla de tres y asestó un, dos, tres golpes más hasta que notó que la mano se retiraba y podía salir de debajo de su prisión pataleando un poco más. Rodó y retrocedió hasta la pared del callejón, apoyando su espalda contra ella. Entonces reparó en su mano. Estaba manchada de rojo. Lanzó lejos el lápiz. Sólo entonces fue consciente de lo que había hecho.

Casi con miedo, levantó la mirada.

Frente a ella se ofrecía una imagen terrorífica y macabra. El borracho que le había caído encima estaba en el suelo, tirado, despatarrado y, lo que era peor, con una mancha roja y húmeda en el cuello, en la piel fofa y sucia justo abajo a la izquierda de la barbilla. Unos borboteos extraños se oían y resonaban en la calle desierta. En lo que pareció una eternidad, cesaron.

-Dios mío- Susurró Mimi.

Había matado a un hombre.

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