Y bueno estás aquí, gracias. Muchísimas gracias, en serio.
Os dejo el segundo capítulo. ¡Disfrutadlo! O sufridlo, vosotros decidís...
Capítulo 2.
Una llamada histérica horadó el aire,
pero nadie se paró a escucharla. Las callejuelas estaban vacías. Lo intentó una
vez más, desesperada, y se le quebró la voz.
Entonces Miriam intentó mover las
piernas. Una, aunque fuera. Hizo toda la fuerza que pudo. La mole que tenía
encima no se movió ni un ápice. Soltó varios tacos y trató de moverse de nuevo,
tratando de no pensar en todos los posibles finales que tenía aquella historia,
pero precisamente los más horribles acudían a su mente como si les fuera la
vida en ello. Soltó otra tanda de improperios, cada vez más nerviosa. La
sensación de aplastamiento, de asfixia iba creciendo gradualmente conforme las
ideas, cada una más horripilante que la anterior, desfilaban por su mente que,
curiosamente, también parecía no poder reaccionar. Se estremeció. Intentó de
nuevo mover el tren inferior y la resistencia encima de su pierna derecha
pareció ceder un poco. Pataleó un poco más, sintiendo que la presión cada vez
iba desapareciendo más y podía subir la rodilla casa vez más arriba. Casi notó
alivio.
Entonces una mano sujetó su pierna.
Gritó. No pudo evitarlo, estaba histérica
a más no poder, totalmente bloqueada y cualquier cosa -daba un pánico horrible
pensarlo, más si cabía- cualquier cosa podía pasarle. Tanteó rápidamente con la
mano en busca de algo que pudiera ayudarla, salvarla de aquella pesadilla.
Entonces notó algo que le pinchó la mano izquierda. Lo cogió y lo levantó. Pudo
verlo perfectamente. Era su lápiz.
La mano avanzó un poco más.
Actuó por instinto. El puño casi silbó en
el aire cuando dirigió el lápiz hacia el blanco más fácil y cercano que tenía.
Notó cómo algo cedía bajo él y automáticamente el brazo sobre la pierna relajó
la presión. Su cerebro ejecutó rápidamente la regla de tres y asestó un, dos,
tres golpes más hasta que notó que la mano se retiraba y podía salir de debajo
de su prisión pataleando un poco más. Rodó y retrocedió hasta la pared del callejón,
apoyando su espalda contra ella. Entonces reparó en su mano. Estaba manchada de
rojo. Lanzó lejos el lápiz. Sólo entonces fue consciente de lo que había hecho.
Casi con miedo, levantó la mirada.
Frente a ella se ofrecía una imagen
terrorífica y macabra. El borracho que le había caído encima estaba en el
suelo, tirado, despatarrado y, lo que era peor, con una mancha roja y húmeda en
el cuello, en la piel fofa y sucia justo abajo a la izquierda de la barbilla.
Unos borboteos extraños se oían y resonaban en la calle desierta. En lo que
pareció una eternidad, cesaron.
-Dios mío- Susurró Mimi.
Había matado a un hombre.
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